Oración a San Miguel Arcángel contra la Pandemia y otras pestes.
Oración:
Oh glorioso príncipe de los arcángeles San Miguel, recurro a ti, que eres mi protector, mi amigo, mi consolación y seguridad. Por medio de ti recibo tantísimos beneficios del Señor nuestro Dios.
Si seremos liberados de esta pestilencia, de los terremotos, de las tempestades, del hambre, de la guerra, y de otros graves flagelos, lo debemos a tu intercesión y acción como enviado de nuestro Padre Dios.
Transforma el corazón de los hombres y mujeres de nuestro tiempo para que como en tiempos de San Gregorio Magno, nuestra sincera y profunda conversión mueva a la misericordia del Señor y que por su misericordia podamos ver otra vez tu luminosa imagen envainado la espada como signo de paz y renacimiento en todos los sentidos queridos por Dios.
¡Glorioso príncipe, no te escondas de nosotros en la hora de nuestra muerte! Consuélanos en la vida y en la muerte y guíanos después de dejar este mundo a ver toda la belleza del rostro de Dios por toda la eternidad.
Que así sea.
¿Guarda alguna relación la propagación del coronavirus con la visión del Tercer Secreto?
Para contestar esta pregunta resulta muy útil trascribir una parte de lo que el Padre Ramiro Sáenz nos decía en su homilía de este domingo 29 de marzo del 2.020:
«…Como dijo la Virgen en Fátima antes de irse en su última aparición: «No ofendan más a Dios que ya está muy ofendido».
Podemos estar ciertos que, si hubiéramos sido fieles a Dios, si las naciones, los pueblos, los individuos, las familias, los distintos ámbitos de la sociedad nos hubiéramos mantenido fieles a nuestro Dios, esto no hubiera pasado, esta epidemia no habría ocurrido.
Y me animo a interpretar así porque Jesús dijo: «buscad el reino de Dios y su justicia, y lo demás se les dará por añadidura”. En cambio, hemos buscado la añadidura contra la justicia divina.
Sepan todos que acá cuando se busca el culpable, si son los laboratorios chinos, que si es el comienzo de una guerra nueva a través de virus y bacterias de laboratorio, si es no sé, si lo inventaron «los Yanquis» (norteamericanos) o los ingleses, temas sobre los que circulan de todo tipo de opiniones, no podemos afirmarlo, pero ciertamente esto lo permitió Dios.
Y esto lo permitió Dios para corregirnos, se llaman castigos medicinales, y la palabra «castigo» es algo que hoy no nos gusta escuchar, pero porque no entendemos que estos castigos medicinales nacen de la misericordia de Dios, que busca hacernos reaccionar. Y que de golpe nos deja coartados de todas las libertades de perdición que el mundo está viviendo hoy. Estamos haciendo una especie de «cuaresma obligada» aunque no queramos.
¿Pero qué es lo que quiere Dios con todo esto? ¿Descargar su ira como uno descarga su enojo? ¡No! De ninguna manera, Dios quiere corregirnos, porque sabe dónde desemboca esto, en que termina esto para el ser humano.
Podemos citar como ejemplo el texto del profeta Amos que por inspiración divina frente a la infidelidad del pueblo de Israel les dice:
Amos 4: 6: «Yo … hice que faltara el pan en todas sus ciudades, pero ustedes no se han vuelto a mí – palabra de Yahvé. No les mandé la lluvia cuando faltaban tres meses para la cosecha,…
- La gente de dos o tres ciudades corría a otra ciudad en busca de agua, sin poder con ello calmar su sed. Y ustedes, sin embargo, no volvieron a mí -palabra de Yahvé.
- Yo les mandé la tiña y la polilla a todos sus jardines y viñedos; y devoró la langosta sus higueras y olivos. Con todo, ustedes no volvieron a mí -palabra de Yahvé.
- Desencadené sobre ustedes una peste parecida a la de Egipto; masacré por la espada a sus jóvenes y se llevaron a todos sus caballos; hice que subiera hasta sus narices la hediondez de sus muertos en combate. Y ustedes, sin embargo, no volvieron a mí -palabra de Yahvé.
- Los he estremecido como estremecí a Sodoma y Gomorra, y quedaron ustedes como un tizón sacado del fuego. Y ustedes, sin embargo, no volvieron a mí -palabra de Yahvé.
- Por eso ahora vengo a pedirte cuentas, Israel: prepárate a enfrentarte con tu Dios.
- Porque ahí viene el que forma los montes y crea el viento, el que enseña al hombre la manera de reflexionar, el que hace de las tinieblas aurora y cabalga por las alturas de la tierra; Yahvé, Dios de los Ejércitos, es su nombre.»
También podemos citar Apocalipsis cuando habla de la humanidad que se rebela frente a Dios en el capítulo 9, 20-21:
«Pero los demás hombres, los no exterminados por estas plagas, no se convirtieron de las obras de sus manos; no dejaron de adorar a los demonios y a los ídolos …
No se convirtieron de sus asesinatos, ni de sus hechicerías, ni de sus fornicaciones, ni de sus rapiñas.»
Y hay otro texto más impresionante todavía, que espero que no lo reeditemos o no se esté refiriendo a nuestros tiempos: En Apocalipsis 16, ante la cuarta, quinta y séptima plaga que van surgiendo de las copas en un lenguaje simbólico, leemos en el versículo 11:
» No obstante, blasfemaron del Dios del cielo por sus dolores y por sus llagas, y no se arrepintieron de sus obras.»
Estas pruebas nos pueden hacer daño, pero por nosotros, no por Dios.
Porque también para nosotros en la prueba se abre una elección como la que tuvieron los dos ladrones que crucificaron junto a Cristo. Uno de ellos en la prueba decidió insultar a Dios y mantenerse en su pecado, usar la prueba como una excusa para renegar aún más de Dios.
En cambio, el buen ladrón aprovechó la oportunidad para convertirse, aceptando la dura prueba con humildad, y pidió al Señor: «Jesús, acuérdate de mí, cuando llegues a tu Reino.»
Finalmente, ¿qué hay que hacer? Lo contrario de lo que dicen algunas voces de hoy que llaman a ver todo en perspectiva humana y nada más.
Es cierto que debemos poner todos los medios humanos (sanitarios, políticos y económicos), pero sabiendo porqué ocurren estas cosas, de dónde vienen y qué sentido tienen. Y que todo esto lo sabe el que tiene fe, que por la fe sabe que hay otros remedios más eficaces.
¿Y cuál es el remedio más eficaz?
Rezar (orar), como dice el génesis refiriendo a la batalla entre Israel y Amalek, cuando Moisés rezaba triunfaba Israel, cuando Moisés dejaba de rezar empezaba a triunfar Amalek. Es la fuerza de la oración. En este punto viene bien recordar la epidemia vivida en tiempos de San Gregorio Magno. (Hasta aquí la citación de la homilía del Padre Ramiro Sáenz).
La historia de la epidemia del 590 frenada por la intercesión de San Miguel Arcángel en tiempos de San Gregorio Magno:
Entre los años 589 y 590, se desata la epidemia de la peste, la temible «lues inguinaria», tras haber devastado Bizancio en Oriente y a los francos en Occidente, se desencadenó sobre la ciudad de Roma donde sus habitantes de la urbe vieron un castigo divino por la gran corrupción de la ciudad, donde las distintas invasiones paganas habían llevado el corazón de tantos a alejarse de Dios.
La primera víctima de la peste en Roma fue el papa Pelagio II, el 5 de febrero del año 590, su sucesor fue Gregorio. No apenas haberse sentado en el trono de Pedro, el nuevo papa tuvo que enfrentar la emergencia de la terrible epidemia desatada.
San Gregorio invitó a los romanos a imitar, contritos y penitentes, el ejemplo de los ninivitas:
«Mirad a vuestro alrededor y ved la espada de la ira de Dios desenvainada sobre todo el pueblo. La muerte nos arrebata repentinamente del mundo sin concedernos un instante de tregua. ¡Cuántos en este mismo momento están en poder del mal a nuestro alrededor sin poder pensar siquiera en la penitencia!»
El Papa exhortó a todos a alzar la mirada a Dios, quien sólo permite tan tremendos castigos para corregir a sus queridos hijos.
Con el fin de aplacar la cólera divina mandó a celebrar una procesión de toda la población romana que partió de las diversas iglesias romanas en dirección a la basílica vaticana entonando las letanías en su recorrido por la Ciudad Eterna.
Los cortejos avanzaban entre los edificios de la antigua urbe, descalzos, a paso lento y con la cabeza cubierta de ceniza.
Mientras avanzaban en medio de un silencio sepulcral, la epidemia se agravó al extremo de que en el breve espacio de una hora ochenta personas cayeron muertas al suelo.
Con todo, San Gregorio pidió que trajeran el cuadro de Nuestra Señora pintado por el evangelista San Lucas, para que encabezara la procesión.
A medida que avanzaba la imagen, el aire se iba volviendo más limpio y saludable y se disolvían los pestíferos miasmas, como si no pudieran soportar la sagrada presencia.
Cuando llegaron al puente que comunica la ciudad con el que en ese tiempo era el mausoleo de Adriano, hoy llamado Castel Sant’Angelo, de repente, se oyó a un coro de ángeles que cantaban:
«¡Regina Cœli, laetare, Alleluja / Quia quem meruisti portare, Alleluja / Resurrexit sicut dixit, Alleluja!»
A lo que San Gregorio respondió en voz alta: «¡Ora pro nobis rogamus, Alleluia!»
Fue así como nació el Regina Cœli, la antífona con la que en el tiempo pascual saluda la Iglesia a María Reina con motivo de la resurrección del Salvador.
Terminado el canto, los ángeles se colocaron en círculo en torno al cuadro y San Gregorio Magno, alzando los ojos, vio en lo alto del castillo a un ángel exterminador que, tras limpiar la espada empapada de sangre la enfundaba en señal de que había terminado el castigo.
Comprendió San Gregorio que la peste había llegado a su fin, y desde entonces el castillo fue conocido como Castillo del Santo Ángel.
El papa Gregorio fue más tarde canonizado y proclamado Doctor de la Iglesia, y pasó a la historia con el sobrenombre de Magno.
Las palabras de San Gregorio Magno deben seguir resonando en nuestro corazón:
«¿Qué decir de los terribles sucesos que hemos presenciado sino que son presagio de la ira futura? Meditad, pues, queridos hermanos, con suma atención en aquel día. Enmendad vuestra vida. Cambiad vuestras costumbres. Venced con todas vuestras fuerzas la tentación del mal. Expiad con lágrimas los pecados cometidos».
Interpretación:
Esto significa que si el Ángel, gracias a la oración del Papa envainó la espada quiere decir primero la había desenvainado para castigar los pecados del pueblo romano. Los ángeles de hecho son ejecutores de los castigos divinos de los pueblos, como nos recuerda dramáticamente el tercer secreto de Fátima, exhortándonos al arrepentimiento:
«Y apareció un ángel con una espada fulgurante de fuego en la mano izquierda de la que salían grandes llamas que parecía debían incendiar al mundo entero; pero esas llamas se apagaban al contacto con el esplendor que emanaba de la mano derecha de Nuestra Madre la Santa Virgen. El ángel indicando la tierra con su mano derecha, repetía en voz alta: Penitencia, Penitencia, Penitencia.»
Este llamado está dirigido a cada uno de nosotros, tenemos que entenderlo bien, y evitar todo tipo de excusas para aplazar nuestra conversión. Hay que aprovechar esta situación para hacer examen de conciencia y enmendarse. Estamos a tiempo para convencer a Dios de que vamos a cambiar. Es urgente responder plena, incondicionada y profundamente a su llamado.
Si así es como dice el padre , el Ángel nos advirtió y otra vez nos advierte PENITENCIA! y bien fuerte y lo tenemos que escuchar arrepintamosnos de nuestros pecados y convitamosnos de una vez por todas esa es nuestra salvación. Recemos el santo Rosario que nuestra madre va a interceder por todos nosotros