Jesús crecía en sabiduría, edad y gracia.
Hermanos amadísimos el Santo Evangelio de hoy nos describe la infancia y la juventud de nuestro Redentor, con que se dignó participar de nuestra humanidad; y nos recuerda la eterna divina majestad en que permaneció, y permanece siempre igual al Padre.
Y esto para qué, meditando en la humillación a que se sometió encarnándose, busquemos curar las heridas con la medicina de la humildad verdadera.
Si él, de la altura de su majestad, no se negó a humillarse por nosotros hasta asumir las enfermedades de nuestra carne frágil, cuánto más nosotros, que somos tierra y ceniza, debemos humillarnos llenos de gratitud, por amor de Dios y por nuestra salvación.
Cuando él, a los doce años, se quedó en el templo entre los doctores, escuchándolos e interrogándolos, nos da una prueba de humildad humana y un espléndido ejemplo que imitar. Cuando luego, sentado en el templo, dice: Yo debo ocuparme de las cosas de mi Padre (Lc 2, 49), afirma su potestad y su gloria coeterna a la del Padre.
Cuando vuelve a Nazaret y queda sometido a sus padres, demuestra ser hombre verdadero y nos da ejemplo de humildad. Estuvo sometido a los hombres en la naturaleza según la que es inferior al Padre.
Y su madre guardaba todas estas cosas en su corazón (Lc 2, 51). La Virgen María encerraba en e corazón con suma diligencia todo lo oído al Señor, cuanto él mismo decía o hacía; y lo confiaba todo a la memoria, para, en el tiempo de predicar o de escribir sobre su encarnación, decir con exactitud todo como había sucedido.
Imitemos, hermanos míos, a la santa Madre del Señor, conservando también nosotros celosamente en el corazón las palabras y las obras de nuestro Salvador: meditándolas día y noche, rechazaremos los asaltos molestos de los deseos vanos y perversos.
Si pues queremos habitar en la felicidad del cielo, en la casa del Señor, y alabarlo eternamente, es en extremo necesario que también en esta vida mostremos claramente qué deseamos para la vida futura: no sólo yendo a la iglesia a cantar las alabanzas del Señor, sino también testificando con las palabras y las obras, en todo lugar de su reino, todo lo que dé gloria y alabanza a nuestro Creador.
Después de haber dicho que Jesús crecía en sabiduría, en edad y en gracia añade justamente: ante Dios y ante los hombres (Lc 2, 52), para que, como creciendo él mostraba a los hombres los dones de sabiduría y de gracia que estaban con él, así los impelía siempre a alabar al Padre, haciendo él mismo lo que nos manda: Resplandezca así vuestra luz ante los hombres, para que viendo vuestras buenas obras rindan gloria a vuestro Padre que está en los cielos (Mt 15, 16).
San Beda el Venerable, presbítero