Comentario del Evangelio, San Lucas 3,1-6 CATOLICO

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Preparad los caminos, allanad las sendas.

Aunque estas palabras fueron pronunciadas con ocasión de que Ciro el Grande iba a dejar volver a los israelitas de la cautividad a la tierra prometida, sin duda el profeta Isaías tenía la intención de hablar de la venida de nuestro Señor. Por eso San Juan, al predicar la penitencia y anunciar al pueblo de Dios que el Salvador estaba ya próximo, se sirve de las mismas palabras del profeta y dice: “Yo soy la voz del que clama en el desierto: allanad los caminos del Señor, porque el Señor está ya cerca.” ¿Y qué tendremos que hacer para preparar su venida? San Juan nos lo enseña en sus predicaciones al decir: “haced penitencia, porque el Señor está ya próximo.” Y ciertamente, la mejor disposición para la venida del Salvador es hacer penitencia; todos tenemos que pasar por ahí. Y como todos somos pecadores, todos tenemos necesidad de penitencia. Pero decir esto, es decir algo muy vago y general, así que vamos a tratar de algunas particularidades. 

San Juan indica en su Evangelio: “Allanad los caminos del Señor, rellenad los valles, abajad los montes y colinas.” Hay tantos montes… tantos valles… tantas tortuosidades… Para enderezar todo eso, no hay otro medio que la penitencia. 

Los valles que San Juan quiere que se rellenen no son sino el temor, el cual, cuando es muy grande, lleva al desánimo. Rellenad los valles, es decir, llenad vuestros corazones de confianza y de esperanza porque la salvación está cerca. Ésos son los barrancos y los valles que hay que rellenar para la venida de nuestro Señor. 

El temor y la esperanza nunca deben estar el uno sin el otro, ya que si el temor no va acompañado de esperanza ya no es temor sino desesperación; y la esperanza sin el temor es presunción. 

Por tanto, hay que rellenar esos valles que el espanto ha excavado y que provienen del conocimiento de nuestras faltas; os digo que hay que rellenarlos de confianza en Dios.

“Que las colinas sean rebajadas…” Lc 3,5 

“Rebajad, dice San Juan, los montes y colinas y montañas.” ¿Qué montes son éstos? La presunción y el orgullo, que son un gran impedimento para la venida de nuestro 

Señor. Porque Él acostumbra a humillar y rebajar a los soberbios, y penetra hasta el fondo del corazón para descubrir el orgullo que allí esconde. 

Ante Él, nada vale decir: soy Obispo, soy Sacerdote, soy Religiosa… Todo eso está muy bien, pero: si eres Obispo, ¿cómo te comportas en tu cargo? ¿cuál es tu vida? ¿es conforme a esa vocación? ¿no estás lleno de soberbia, de presunción como el fariseo del que habla la parábola en el Evangelio? ¿o quizá te pareces al publicano? 

El fariseo era una montaña de orgullo, tenía algunas virtudes aparentes, de las que presumía y se gloriaba. Y decía con seguridad: “Señor, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: pago el diezmo, ayuno…” y otras cosas parecidas que él alegaba. Pero Dios, al ver su orgullo, lo rechazó. 

Y el pobre publicano, que ante el mundo era una montaña alta y abrupta, fue rebajado y allanado ante la divina Majestad cuando vino al templo; porque “no osaba levantar los ojos para mirar al cielo” a causa de sus grandes pecados y se quedó a la puerta con un corazón contrito y humillado. Y por ello fue digno de encontrar gracia ante Dios. 

Tengo más cosas que decir a este respecto, pero me contento con lo que os he dicho, que es bastante por esta vez.

San Francisco de Sales, obispo