Jesús avanza en sus enseñanzas mandando a sus discípulos vivir la Nueva Ley, una enseñanza de luz y amor que va más allá de los límites de la estricta justicia humana.
Para entender este misterio de amor, es conveniente en nuestra oración pedir a Dios que se agranden nuestros corazones para ser más generosos y dispuestos a amar al prójimo, no por los méritos de estos, sino por los méritos de Cristo, no por la medida de lo que nos dan, sino por la medida de lo que el Señor nos dio.
El nuevo mandamiento de Jesús es superador de la lógica calculadora, rechaza la venganza y el justificar nuestras faltas de caridad en las ajenas; y desde la misericordia, el perdón, el amor divino, nos invita a dar, en ese espíritu, nuestra mejor respuesta a nuestros prójimos con independencia de lo que estos nos hagan.
Nuestro Señor ordena no sólo no responder al mal que nos puedan hacer, sino hacer el bien con magnanimidad, es decir sin esperar nada a cambio.
Estamos obligados a amar aún a los enemigos, porque también son nuestro
prójimo y porque Jesucristo lo mandó expresamente.
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El dejarnos transformar por el amor de Dios, es la llave para la salvación prometida por Cristo, para nuestro destino de felicidad eterna en el más allá, aquél de nuestras postrimerías, cuando nos llegue el juicio del Señor.
Pero también el amor sin cálculo es la única y auténtica cura para los problemas y los males de este mundo, en el que estamos llamados por el Señor a ser sal y luz.
En este mundo, el mal no viene de la falta de algo material, o de la ausencia de placeres; por el contrario el mal viene del egoísmo, y este del pecado. Y sólo en la Cruz, el pecado y la muerte son vencidos.
En esta verdad se une nuestra misión en la tierra con nuestro destino trascendente, desde que sólo con la fuerza del amor que pasa por la Cruz, podemos dar verdadero sentido de eternidad a la vida.
El amor es la fuerza que nos libera de nosotros mismos, de nuestra inclinación al egoísmo y el pecado, y nos pone en el camino de la misión: hacer que todos los hombres sean discípulos de Cristo.
Pidamos al Señor la Gracia de vivir en el Espíritu de las bienaventuranzas, para ser capaces de devolver bien al mal recibido, para sabernos bienaventurados en la persecución y en la injusticia.
gloria a ti señor