Hoy el Santo Evangelio nos habla de la santidad en el matrimonio. Dios hizo el matrimonio para que el hombre y la mujer encontraran la felicidad. De modo que, esta realidad es una propuesta que los cristianos tenemos que difundir a nuestro alrededor.
Cada familia cristiana debe estimular, valorar, sostener y defender, con la coherencia de vida, la generosidad, el compromiso, la fidelidad o la paciencia que están presentes en ella
Sin lugar a duda, la belleza del matrimonio cristiano choca en una cultura que vivimos, porque los conflictos reinan el ella. Meditar en el matrimonio es hablar en el lenguaje de la concordia y de la entrega, que son palabras que surgen del amor. Su único verdugo se llama egoísmo. Siempre que hay amor, hay soluciones.
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Por eso, el consejo es invertir en el matrimonio para que cada día aumente la felicidad de los conyugues y de la familia toda. Cuando el marido y la mujer tienen detalles mutuos, el amor crece.
Cuando con frecuencia reviven el sentido de su entrega mutua, la felicidad aumenta. Y cuando el amor no se cultiva, cuando no renace cada día, tiende a empequeñecer. Por eso, cada día en el matrimonio se debe estrenar.
Pidamos por cada hogar, por cada matrimonio, por cada noviazgo, para que cada día sean más felices descubriendo y redescubriendo el auténtico sentido de su amor.