Octava de Pascua
El Santo Evangelio de este día culmina diciendo que Jesús resucitado les dice a sus apóstoles:
«Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio a todas la creaturas».
La misión apostólica es el mandato de Jesús a los suyos. A ellos y a nosotros nos pide iluminar con la luz de su verdad el mundo.
Aquel mundo de los apóstoles es el mismo que hoy sigue esperando conocerlo. La llamada en el siglo XXI es la misma que hizo a los primeros.
Tanto ellos como nosotros debemos hacer ver que Cristo reina en el mundo con las fuerzas de la oración y el testimonio, sin caer nunca en el pesimismo de pensar que es imposible.
Por eso, pidamos la gracia de ser discípulos misioneros del mensaje que impregna nuestro corazón.
Nunca olvidemos que “la humanidad tiene una gran necesidad de aprovechar la salvación que nos ha traído Cristo”. Nosotros, por tanto, como discípulos somos los que nos dejamos “aferrar cada vez más por el amor de Jesús y marcar por el fuego de la pasión por el Reino de Dios, para ser portadores de la alegría del Evangelio” (Francisco, 14-VI-2014).
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Nuestro desafío es vencer el individualismo de pensar que con una vida buena alcanza.
Esto sería equivalente a dejar abandonada la fe y demostraría poco amor a Dios.
En cambio, la alegría del Evangelio, que nace del encuentro con Cristo, nos lleva a estar atentos a las necesidades todos.
Cuando la alegría de saberse con Dios inunda nuestra vida surge deseo de llevar a Cristo a los demás.
La fuerza de la predicación de la primitiva cristiandad nació de su experiencia pascual.
Que hoy nuestra Pascua sea el impulso para testimoniar a Jesús que se manifiesta en la vida de quienes lo aman.
Sólo esta verdad da un significado auténtico y trascendental a la propia existencia, la ilumina y la hace vivir con optimismo.