Divina Misericordia
Buenos días.
Durante estos días de Pascua celebramos un único acontecimiento:
La Resurrección de Jesús que desencadena una serie de hechos fundamentales de la fe. Él se aparece a sus discípulos, envía el Espíritu Santo, los envía a predicar y comienza la vida de la Iglesia.
Desde entonces celebramos la Pascua cada domingo y la Eucaristía es como acontecimiento el corazón de todo. Con la fuerza del Pan y la Palabra llevamos a todo el mundo la alegría de la fe en Jesús.
Cada Eucaristía nos hace capaces de acercar a los hombres lo que vivimos.
Esa era la característica de la fuerza que impulsaba a la primera comunidad cristiana.
Ellos celebraban juntos su fe y con ella atendían a los que sufrían y a los pobres.
Eso los distinguía en la sociedad en la que vivían. Esos gestos eran la fe que ayudaba a las demás personas a que reconocieran al Señor Resucitado en sus vidas.
La fe nos pide reconocer al Resucitado como sucede con Tomás que, tocando las cicatrices, descubre a ese Jesús que se pasó toda su vida tocando a personas heridas, marginadas, y pecadoras.
En ellas también nosotros encontraremos al Resucitado.
Pidamos que esta Pascua sea el tiempo en el que sepamos encontrar al Resucitado en los signos de la paz, el perdón, la generosidad, el amor y la solidaridad de compartir con los pobres y los que sufren.
Hoy, como antiguamente, “los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor”.
Se trata de una alegría que nos impulsa a salir: “Como el Padre me ha enviado, así también yo los envío yo”.
Así, vayamos con la fuerza eucarística del Resucitado a compartir la alegría de la Pascua.
Bendiciones.