Octava de Pascua
Buenos días.
El Evangelio que hoy meditamos es continuación del de ayer: volvemos a encontrarnos con los discípulos de Emaús que ahora vuelven jubilosos a Jerusalén con la buena nueva de haber descubierto con el Señor Resucitado en la fracción del Pan.
Ahora, estando junto con los apóstoles, el Señor vuelve a hacerse presente para infundir paz y confirmar la fe en los corazones de los suyos.
La alegría del misterio pascual, de Cristo Resucitado, es una fuerza que debe llenar el espíritu del cristiano en cada momento de cada día:
De este modo, participamos de esa alegría que el Señor nos ha prometido para siempre, una alegría que es nuestro destino eterno, es decir, la gloria de Dios.
Sí. La Resurrección es anuncio de lo que será nuestra eternidad. Por eso, pidamos más fe para cada día crecer en el amor y en la entrega a ese Dios que se dio del todo, para darnos el regalo de su intimidad divina para siempre:
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Creamos en esa Verdad maravillosa, el destino de Jesús, también es el nuestro. Eso es lo que nos llena de santa alegría.
La Eucaristía y la Palabra son la fuerza que nos animan a crecer en la fe y dan paz y alegría a nuestra vida de discípulos. “Así sucedió con los discípulos de Emaús, han recibido la Palabra, han compartido la fracción del pan, y de tristes y derrotados que se sentían, se sintieron alegres.
Siempre, queridos hermanos y hermanas, la Palabra de Dios y la Eucaristía nos llenan de alegría”.
Bendiciones.