¡Oh Señor, qué grande es tu dulzura infinita, que guardas para los que te temen!
Cuándo escucho hablar de tus santos, de esos grandísimos devotos de tu Sacramento, que llegaban a Él con gran devoción y afecto, quedo muy confuso y avergonzado en mí, que llego tan frío y tan tibio a tu altar y a la mesa de la sagrada comunión.
Señor cuántas veces me hallo tan seco y sin dulzura de corazón, y que no estoy enteramente encendido ante Tí, Dios mío, ni soy llevado del vivo amor, como fueron tantos de tus devotos, los cuales del gran deseo de tomar la Santa comunión y del amor que sentían en el corazón, no pudieron detener las lágrimas, sino que con boca en el corazón,y no con la del cuerpo, suspiraban con todas sus entrañas por Tí, Señor y Dios mío, fuente viva; no pudiendo saciar su hambre de otra manera, sino recibiendo tu cuerpo con toda alegría y deseo espiritual.
¡Oh verdadera y ardiente fe la de tus almas santas!
Su amor por tu Santísimo Sacramento, por sí sólo es suficiente prueba de tu sagrada presencia. Ellos conocen verdaderamente a su Señor en el partir del pan; y su corazón arde en ellos tan vivamente porque saben que reciben a Jesús.
¡Oh qué lejos está de mí muchas veces un amor así y tanta devoción y fervor!
Sé piadoso conmigo, buen Jesús, dulce y benigno.
Dame aunque sea alguna vez, la Gracia de sentir en la sagrada comunión un poco de ese infinito amor; para que mi fe se haga más fuerte, y la esperanza de tu bondad crezca, y sea en mí encendida la caridad perfecta con la experiencia plena del que entiende que recibe el maná celestial.
Señor, creo sin dudar en tu poderosa misericordia, y sé que ella es capaz de concederme esta gracia tan deseada, y visitarme en la piedad, en mi espíritu abrasado amor a Tí, cuando Tú, Señor, creas que sea el tiempo conveniente.
Y aún cuando me falte el sentimiento y la piedad de esos tus grandes devotos, no dejo yo, mediante tu gracia, de desear tener sus grandes y encendidos deseos, rogando a tu Majestad me hagas parte de el grupo selecto de tus más grandes y fervientes amadores, y me cuentes en su santa compañía, en anticipo al banquete celeste, en la felicidad que no tiene fin.
Amén
*Extraído y adaptado del libro de la imitación de Cristo.