Comentario del Evangelio, San Marcos 3, 20-21 CATOLICO

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«…sus parientes … salieron para llevárselo, porque decían: «Es un exaltado».»

Así como relata el fragmento que hoy leemos del Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según San Marcos, así de corta es nuestra mirada humana, cuando no adora y escucha a Dios.

Los mismos parientes del Señor en su humanidad, es decir los parientes de María y José, veían en Cristo, no a Dios encarnado, no al mesías prometido, no al Salvador y Señor, sino a un loco, a un exaltado.

En cambio los demonios que Jesucristo expulsaba en sus milagros de liberación, esos demonios proclamaban la divinidad de Cristo.

Es un momento duro de la Palabra de Dios, que nos llama a una reflexión profunda. Cuando vemos las cosas con ojos mundanos, sólo preocupados de lo que tenemos frente a nuestros ombligos, somos capaces de no ver nada, de ignorar al mismo Dios.

Y peor aún, en nuestra soberbia inconsciente, somos capaces de juzgar a Dios como un loco, de tenerle por exaltado, de negarlo y avergonzarnos de Él.

Somos muy débiles sin Dios, y muy ciegos sin la humildad, tanto como los parientes del Señor, que pese a los innumerables milagros que obraba, no podían reconocerlo en su dignidad, ni beneficiarse de su redención haciéndose sus discípulos.

Este es el gran mérito de María la madre de Dios, ella siempre desde un principio, y desde su humildad estuvo abierta al designio divino y atenta a la revelación de ese Dios que eligió su vientre para venir en carne a la Tierra.

Unámonos a nuestra Santísima madre, para salir de nuestra ceguera, que nos lleva a tomar por locos a los que viven seriamente la vida de santidad, y a vivir encerrados en nuestra tibieza mundana, sintiéndonos amenazados por el Señor que hace milagros a nuestro alrededor en la persona de los que entregan todo por Él.

Que la Gracia de Dios, por intercesión de María Santísima, nos conceda ser humildes como ella y disponibles para la obra del Señor, todo para su mayor gloria y alabanza.

Que así sea.