Comentario del Evangelio, San Marcos 3, 13-19 CATOLICO

354

«Jesús instituyó a doce para que estuvieran con él, y para enviarlos a predicar con el poder de expulsar a los demonios.»

Ya desde un principio el Señor dio el ministerio a sus apóstoles con un fin claro. La predicación que tiene el poder de expulsar los demonios.

Es la luz de la verdad que triunfa sobre las tinieblas. La grandeza de la Cruz que derrota a la muerte y se hace Resurrección en la unidad con el Padre Creador del Cielo y de la Tierra.

Es el Espíritu Santo, abogado de los discípulos que les dice que decir, que les abre los caminos, y que hace retroceder a los poderes del mal a su paso.

Es una victoria, pero no en el sentido del mundo. Es la victoria del Espíritu del Señor, por sobre la rebeldía del demonio.

Un demonio que fue creado como Ángel y que decidió no servir a Dios, derrotado por una simple muchacha como María santísima, que dijo a Dios: «he aquí la esclava del Señor, hágase según tu palabra.»

Y por ese sí de María que no temió por ella, y que no fue cegada por el pecado, pudo venir al mundo el mismo Dios, para ejemplificar tomando carne de hombre, hasta que punto sí debíamos servir a Dios, y cuál es el sentido de su amor y misericordia infinita.

Esa es su victoria. Y frente a la Cruz de Cristo huyen los demonios. Cristo ha resucitado y vive, y la muerte ha sido derrotada.

En Cristo no hay miedo, en Él siempre encontraremos una respuesta. Porque estamos segurísimos de las cosas que la santa Iglesia nos enseña, porque el mismo Jesucristo ha empeñado su palabra de que la Iglesia no será engañada jamás.

Por ello con gran confianza y frente a cada tentación del maligno invoquemos a los santos de la Iglesia, y oremos al Ángel de nuestra guarda, implorando su socorro, y prometiendo seguir sus inspiraciones, siendo siempre agradecidos por su continua asistencia.

Que así sea.