Comentario del Evangelio, San Marcos 2, 1-12 CATOLICO

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«Hijo, tus pecados te son perdonados».

«yo te lo mando, levántate, toma tu camilla y anda»

Dios defiende y libra al humilde, y al humilde ama y consuela: al humilde se inclina, y al humilde da grandes gracias, y después de su abatimiento lo levanta a la honra. Al humilde descubre sus secretos, y le trae dulcemente a sí, y le convida.

Por ello más se daña el hombre a sí mismo si no busca a Jesús, que lo que todo el mundo y sus enemigos lo puedan dañar. Lejos de Cristo nuestra alma queda paralizada.

Sólo abriéndonos a Cristo recuperamos las fuerzas, somos renovados por el perdón de Dios y podemos caminar nuevamente por los caminos del Espíritu.

En esta vida somos como niños pequeños que dependemos en todo de la Gracia de Dios. Reconocerlo y humillarnos frente a nuestros pecados es poner nuestra camilla cerca del Señor que pasa.

Es Cristo que nos espera en los confesionarios de su Iglesia. No lo dejemos esperando.

Recordemos siempre que somos penitentes, y que en este camino, a fuerza de penitencias podemos hacernos dignos de las promesas de Cristo y ganar el Cielo.

El verdadero penitente ha de encomendarse a Dios para elegir un buen confesor, piadoso, docto y prudente, y ponerse luego en sus manos y sujetarse a él como a su juez y médico.

Tenemos que tener bien claro que nuestro arrepentimiento sincero es eficaz. Que Cristo tiene el poder de perdonar los pecados. Y si bien, solos no podemos satisfacer a Dios por nosotros mismos, lo podemos hacer uniéndonos con Jesucristo, quien da valor a nuestras acciones con los méritos de su pasión y muerte.

Una buena confesión: 1.°, nos perdona los pecados cometidos y nos da la gracia de Dios: 2.°, nos restituye la paz y la tranquilidad de la conciencia; 3.°, nos vuelve a abrir las puertas del paraíso y cambia la pena eterna del infierno por una penitencia temporal; 4.°,nos, preserva de las recaídas y nos hace capaces del tesoro de las indulgencias.

Pidamos al Señor la Gracia de poder confesarnos correctamente, de que nunca nos falten las fuerzas para hacerlo ni las debidas disposiciones, sabiendo que si lo hacemos, el Señor nos dirá también a nosotros: «levanta tu camilla y anda, tus pecados te son perdonados».

Que así sea.