Oración para el desengaño

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oración frente al mal amor de los hombres

Señor, ayúdame en esta dificultad, porque de nada me sirve la salud en este amargo trance. ¿Cuántas veces no hallé fidelidad donde pensé que la había? ¿Cuántas veces también la hallé donde menos lo pensé?

Por eso vana es la esperanza de los hombres: la verdadera salud está en Dios. Bendito seas, Señor Dios, en todas las cosas que me pasan. Somos débiles y cambiantes, y muy pronto somos engañados y cambiados.

¿Quién hay que cumpla segura y discretamente en todo, y que alguna vez no caiga en alguna duda o engaño?

Mas si confío en Tí, Señor, y te busco con corazón sencillo, no resbalaré tan fácil. Y si cayere en algún engaño y de cualquier manera me apriete el lazo de la dificultad, pronto me llegará tu liberación y consolación, porque no desamparas Tú, Señor, y estarás conmigo hasta el fin porque sólo en Tí espero.

Raro es la persona fiel que se mantiene siempre en sus promesas. Tú, Señor, Tú sólo eres fidelísimo en todo, y fuera de Tí no hay otro como Tú.

¡Oh que buen consejo fue lo que dijo esa alma santa: «mi ser está afirmado y fundado en Cristo»! Y si yo estuviese así, no me podría causar tanto dolor el temor humano, ni me herirían las palabras injuriosas y las actitudes injustas y traicioneras del hombre.

¿Quién puede solucionar todos mis problemas? ¿Quién será capaz de protegerme de los males venideros?

Mirar muchas veces mi pasado, me lastima muchas veces, ¿qué hará este desengaño revivido en tantos recuerdos sino herirme gravemente? ¿Pues por qué, miserable de mí, no miré en su momento y me apoyé sólo en Tí mi Dios y Señor? ¿Por qué creí así tan ligera e ingenuamente a hombres débiles e inestables?

En fin, hombres somos, y hombres flacos y quebradizos, aunque por muchas personas seamos estimados, y admirados. Señor, ¿a quién creeré sino a Tí?

Verdad eres, que no puedes engañar, ni ser engañado; pero el hombre todo es mentiroso de sí, y enfermo y mudable, tramposo, especialmente en palabras: por eso se hace muy difícil creer ni tener por verdad lo que parece verdadero según las apariencias.

Con cuánta prudencia nos avisaste, oh Cristo, que nos guardásemos de los hombres, y que son enemigos del hombre los propios de su casa. Me advertiste con amor, en tus santas escrituras, sobre cuánto daño me haría, creer más en los hombres que en Dios: quiera el Padre del Cielo que todo este dolor sea para que aprenda en adelante a confiar sólo en Él y así aprender del error.

Defiéndeme, Señor, de aquellas ficciones y de hombres tan indiscretos, que nunca caiga yo en sus manos, ni cometa tales cosas. Pon en mi boca palabra verdadera y firme; y desvía lejos de mí la lengua dulce y engañosa.

De lo que no quiero sufrir me debo mucho guardar. ¡Oh que cosa tan buena, y que trae tanta paz es callar de otros, y no creer ligeramente todas las cosas, ni repetir lo que dicen otros con ligereza después de oído!

Mejor es descubrirse a pocos, y buscarte siempre a Tí, Señor, que miras el corazón: y no moverse por cada viento de palabras, mas desear que todas las cosas interiores y exteriores se acaben y perfeccionen según se acomoden a tu divina Voluntad!

¡Oh cuán seguro es para conservar la gracia, huir de las vanas apariencias, no codiciar las cosas materiales, ni los puestos o lugares que causan admiración; sino mejor seguir con toda diligencia las cosas que causan conversión espiritual y fervor de vida piadosa!

¡A cuántos ha dañado las malas juntas y la libertad vivida antes de tiempo; y cuán sana fue la gracia, guardada con el callar, y saber esperar en esta vida quebradiza, que toda ella es tentación y malicia!

Señor déjame decir de corazón: «Sólo Dios basta». Y que este decir y sentir sea uno sólo, para que toda esta amargura y tristeza me abandone, y que en adelante mi vida sea agradecerte y servirte a Tí Señor que no defraudas.

Amén.