Comentario del Evangelio, San Juan 1, 35-42 CATOLICO

853

«Maestro- ¿dónde vives?». «Vengan y lo verán»

«Vengan para que puedan ver. La aventura de los apóstoles comienza así , según enseñaba Benedicto XVI, como un encuentro de personas que se abren recíprocamente.

Para los discípulos comienza un conocimiento directo del Maestro. Ven a donde vive y empiezan a conocerlo. En efecto, no deberán ser anunciadores de una idea sino testigos de una persona. Antes de ser enviados a evangelizar deberán estar con Jesús, entablando con El una relación personal.

Sobre ésta base, la evangelización no será más que un anuncio de lo que se ha experimentado y una invitación a entrar en el misterio de la Comunión con Cristo”.

De esa manera el Papa emérito, iba diciendo que los  apóstoles son los testigos y enviados de Cristo. En lo que hace referencia a Juan, autor del cuarto evangelio, comentaba de que ese discípulo de Juan el Bautista, que no ha sido nombrado, normalmente se lo identifica con el autor del evangelio que es el mismo Juan el Evangelista. Nos dice el Papa:  “Según la tradición, Juan es el discípulo dilecto.

Su Santidad Benedicto XVI, enseñó como debe ser la relación de un apóstol de Cristo con su Señor en una catequesis durante el mes Agosto del 2006:

«¿Qué tipo de personas eran los Apóstoles? En pocas palabras, podríamos decir que eran «amigos» de Jesús. Él mismo los llamó así en la última Cena, diciéndoles: «Ya no os llamo siervos, sino amigos» (Jn 15, 15).

Fueron, y pudieron ser, apóstoles y testigos de Cristo porque eran sus amigos, porque lo conocían a partir de la amistad, porque estaban cerca de él. Estaban unidos con un vínculo de amor vivificado por el Espíritu Santo…

El Espíritu, el Espíritu Santo, es quien vivifica. Es él quien vivifica vuestra relación con Jesús, de modo que no sea sólo exterior: «sabemos que existió y que está presente en el Sacramento», pero la transforma en una relación íntima, profunda, de amistad realmente personal, capaz de dar sentido a la vida de cada uno de vosotros. Y puesto que lo conocéis, y lo conocéis en la amistad, podréis dar testimonio de él y llevarlo a las demás personas.

Hoy, pienso en los Apóstoles y oigo la voz de Jesús que os dice: «Ya no os llamo siervos, sino amigos; permaneced en mi amor, y daréis mucho fruto» (cf. Jn 15, 9. 16). Os invito: escuchad esta voz. Cristo no lo dijo sólo hace 2000 años; él vive y os lo dice a vosotros ahora. Escuchad esta voz con gran disponibilidad; tiene algo que deciros a cada uno.

Tal vez a alguno de vosotros le dice: «Quiero que me sirvas de modo especial, como sacerdote o como religiosa, convirtiéndote así en mi testigo, siendo mi amigo e introduciendo a otros en esta amistad».

Escuchad siempre con confianza la voz de Jesús. La vocación de cada uno es diversa, pero Cristo desea hacer amistad con todos, como hizo con Simón, al que llamó Pedro, con Andrés, Santiago, Juan y los demás Apóstoles.

Os ha dado su palabra y sigue dándoosla, para que conozcáis la verdad, para que sepáis cómo están verdaderamente las cosas para el hombre y, por tanto, para que sepáis cómo se debe vivir, cómo se debe afrontar la vida para que sea auténtica. Así, podréis ser sus discípulos y apóstoles, cada uno a su modo…

El vínculo de amistad con Jesús tiene su fuente y su cumbre en la Eucaristía. Vosotros estáis muy cerca de Jesús Eucaristía, y este es el mayor signo de su amistad para cada uno de nosotros.

No lo olvidéis; y por eso os pido: no os acostumbréis a este don, para que no se convierta en una especie de rutina, sabiendo cómo funciona y haciéndolo automáticamente; al contrario, descubrid cada día de nuevo que sucede algo grande, que el Dios vivo está en medio de nosotros y que podéis estar cerca de él y ayudar para que su misterio se celebre y llegue a las personas.»

Nuestro conocimiento de Jesús necesita sobre todo una experiencia viva. El testimonio de los demás ciertamente es importante, puesto que por lo general toda nuestra vida cristiana comienza con el anuncio que nos llega a través de uno o más testigos pero después nosotros mismos debemos implicarnos personalmente en una relación íntima y profunda con Jesús.

Pidamos al Señor la Gracia de su visita a nuestras vidas, y de recibir, a su debido tiempo, su invitación para acompañarlo y ver dónde el vive, en la Gloria eterna.

Que así sea.