Comentario del Evangelio, San Juan 1, 29-34 CATOLICO

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«Yo lo he visto y doy testimonio de que él es el Hijo de Dios.» 

Como enseña el Catecismo de la Iglesia Católica, Jesucristo se llama Hijo Único de Dios Padre porque sólo El es el Hijo suyo por naturaleza, y nosotros somos hijos por creación y adopción.

Jesucristo se llama Nuestro Señor porque además de habernos creado junto con el Padre y el Espíritu Santo, en cuanto es Dios, nos ha redimido también en cuanto Dios y hombre.

Sabemos que Jesucristo es verdadero Dios: 1º) por el testimonio del Padre cuando dijo: «Este es mi Hijo muy amado, en quien tengo todas mis complacencias, oídle.» 2º) por la atestación del mismo Jesucristo, confirmada con los milagros más estupendos. 3º) por la doctrina de los Apóstoles. Y 4º) por la tradición constante de la Iglesia Católica.

San Agustín enseña que:

«El Padre, y el Hijo, y el Espíritu Santo son un solo Dios, creador de los tiempos. Así, pues, hermanos míos, cuando aquella Trinidad se manifestó sensiblemente, apareció la Trinidad entera en el río en que Juan bautizó al Señor. Una vez bautizado, salió del agua, descendió la paloma y sonó la voz desde el cielo: Este es mi Hijo amado, en quien me he complacido (Mt 3, 17). El Hijo se manifiesta en el hombre Jesús; el Espíritu, en la paloma; el Padre, en la voz.»

Jesucristo no es una segunda presencia que se agrega a la de Dios Padre; por el contrario, él es la presencia y la relevancia misma del Padre.

Según Su Santidad Benedicto XVI «Jesús es el Hijo de Dios, verdadero Dios como el Padre; es Aquel que «se ha bajado» para hacerse uno de nosotros, Aquel que se ha hecho hombre y ha aceptado humillarse hasta la muerte de cruz.»

El hecho de que Cristo sea mediador, no quiere decir que está entre Dios y el hombre (en sentido de subordinación), sino que une a Dios con el hombre. En él, Dios se hace hombre y el hombre se hace Dios.

La salvación requiere que el hombre no sea asumido por un intermediario cualquiera, sino por Dios mismo: “Si el Hijo es una criatura –escribe San Atanasio–, el hombre seguiría siendo mortal, no estando unido a Dios”, más aún, agrega San Atanasio: «La salvación no podría existir si Cristo no fuera Dios.»

Y continúa en esta linea:»Quién frecuenta las Sagradas Escrituras, constará que las obras de Cristo dan testimonio de que es Dios venido para la salvación de los hombres.»

Así lo ha enseñado con claridad San Agustín: “Jesucristo nuestro Señor es de la misma sustancia del Padre. Luego, el Padre y el Hijo son de una misma sustancia. Dios engendró a Dios de sí mismo, es decir, de su propia sustancia: como cuando nació del seno de su madre el hombre engendró al hombre.

Jesús, Hijo de Dios, es Dios y hombre juntamente. Dios antes de todo tiempo, hombre en el tiempo. Es Dios porque es Verbo de Dios, pues el Verbo era Dios (Jn 1, 1); hombre, porque en unidad de persona, el Verbo unió a sí un alma racional y un cuerpo.»

Por eso podemos decir con San León Magno: «Hay que confesar a uno solo y mismo Hijo y Señor nuestro Jesucristo: perfecto en la divinidad y perfecto en la humanidad. Verdaderamente Dios, y verdaderamente hombre, consustancial con el Padre según la divinidad, y consustancial con nosotros según la humanidad, que ha sido engendrado del Padre antes de los siglos según la divinidad, y en los últimos días, por nosotros y por nuestra salvación, engendrado de María Virgen, la Madre de Dios, según la humanidad».

Célebre es la frase de San Atanasio: «El Verbo de Dios se hizo hombre para que nosotros llegáramos a ser Dios; se hizo visible corporalmente para que nosotros tuviéramos una idea del Padre invisible, y soportó la violencia de los hombres para que nosotros heredáramos la incorruptibilidad. Con su resurrección, el Señor destruyó la muerte como si fuera paja en el fuego».

Debemos recordar siempre, frente a los que dudan de la divinidad de Cristo y que nos lo quieren presentar como «una buena persona, un gran maestro o un gurú», que como dijo San Atanasio: «nosotros no adoramos a una criatura, sino a Cristo Dios».

En esa fe ponemos toda nuestra esperanza. Que el Señor nos de la gracia de recordarlo siempre y vivir por ello.

Que así sea.