«Y los pastores volvieron, alabando y glorificando a Dios por todo lo que habían visto y oído, conforme al anuncio que habían recibido.»
Dios eligió como madre para nacer entre los hombres, a una mujer sencilla, purísima y a la vez humilde, generosamente dispuesta a responder a su llamado y confiada en su providencia.
Así también al nacimiento de Dios no fueron invitados los grandes de este mundo sino los pastores, que eran personas que a causa del contacto permanente con los animales eran considerados impuros, y por ello gente de lo más humilde y sencilla.
A estos pastores se aparece el Ángel del Señor para transmitirles la gran noticia del nacimiento de Jesús. Ante la aparición de los ángeles ellos se llenan de temor. Y desde su humildad se muestran dóciles al mensaje Divino.
En los pastorcitos de Belén podemos fijar la mirada y celebrar junto con ellos en alabanza a nuestro Dios la navidad del Señor que se renueva más allá de los 8 días que dedica la Iglesia a su celebración.
Repitamos con alegría: «Gloria a Dios en las Alturas y la tierra paz a los hombres.»
Hoy podemos enriquecer nuestra oración cerrando los ojos y meditando unos momentos, en el asombro de los pastores. En la sencillez y humildad de estos frente al anuncio del Ángel.
E ir aún más allá, sintiendo el olor a la paja húmeda, el frío del establo, y Dios que nace entre animales. Contemplar a María, la humilde esclava del Señor, la purísima y sencilla Madre de Dios, como recibe con alegría a su divino niño y escucha también de los pastores lo que antes el Ángel le había anunciado:
Ese niño suyo es Hijo del Altísimo, es el Mesías, el Señor, nuestro Salvador.
Pidamos con María, Santa Madre de Dios, la Gracia de alegrarnos siempre de la filiación divina que ese niño Dios ha venido a donarnos.
Que así sea.