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Comentario del Evangelio, San Juan 20,2-8 CATOLICO

Fiesta de San Juan Apóstol y Evangelista

Buenos días.

En este segundo día de la Octava de Navidad celebramos la fiesta de san Juan evangelista.

Ayer vivimos la fiesta del primer mártir de la fe cristiana y, un el día después, a san Juan, el discípulo amado, el único apóstol que no murió martir.

El Evangelio de san Juan se podría decir que es el corazón de los cuatro evangelios, pues es el que contiene más profundamente el misterio del Verbo encarnado.

San Juan, en el fragmento que leemos hoy, nos propone contemplar todo desde la perspectiva de la Resurrección del Señor.

Juan, llegado al sepulcro vacío, “vio y creyó”, nos dice la Palabra.

Este hecho tan lleno de sentido nos mueve, confiados en su testimonio, y el de los demás Apóstoles, a vivir la Navidad movidos a ver y creer.

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San Juan, movido interiormente en su corazón por la gracia vio más allá de lo que sus ojos le permitían apreciar del sepulcro vacío, su mirada sobrenatural le permite descubrir allí el cumplimiento de las Escrituras y de lo anunciado por el Señor.

En ese momento, él cree en la Resurrección sin haber visto todavía a Cristo resucitado.

Con el corazón ardiente, lleno y rebosante de amor, Juan corre aprisa al sepulcro.

La fe del Apóstol San Juan Evangelista, es una invitación a que nosotros vivamos la vida de la fue con el mismo deseo ardiente de encontrar en el Niño al Resucitado, al Señor de la Vida.

De Jesús brota un manantial de vida y un océano de misericordia para todo el mundo. Es a la vez Jesucristo el cumplimiento perfecto de la voluntad del Padre, y el que nos llama a la vida eterna junto a El.

El Señor es la fuente de Vida: llenemos el corazón entero de su amor, para que cuando no veamos, creamos; para que cuando encontremos el dolor y el sufrimiento, nos sepamos levantar desde nuestra esperanza en la resurrección y en la vida eterna.

Pensemos siempre en nuestro destino trascendente, ser santos con la Gracia de Dios, para que siempre amándole, seamos testigos íntegros y anunciemos las maravillas de Cristo, el Señor, y seamos acreedores de las promesas de Cristo en la eternidad.

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