Martirio de San Esteban
Cuando acabamos de celebrar y saborear profunda la experiencia de la Navidad, la liturgia nos propone un cambio que parece descabellado al proponernos celebrar un mártir. A primera vista, no encaja con el festejo navideño, pero ciertamente no es así porque Jesús vino al mundo para derramar su Sangre por nosotros y san Esteban fue el primero que derramó su sangre por Jesús.
Seguir a Cristo, a ese Cristo que nos propone la fe de la Iglesia supone un compromiso radical en el más pleno y acabado sentido. Es un hacernos testigos de su venida al mundo con todas las implicancias profundas y fundamentales que esto da a la vida. Seguir a Cristo supone estar dispuestos a dar la vida por Él: “Los entregarán a los tribunales y serán llevados ante gobernadores y reyes, para que den testimonio”. Se trata de un testimonio que no significa otra cosa que ser precisamente mártir: mártir y testigo son exactamente lo mismo.
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Como leemos en los “Hechos”, Esteban, fue llevado a los tribunales y demuestra que en todo él converge en la Persona de Jesús, en quien se cumple todo lo que ha sido anunciado por los profetas y enseñado por los patriarcas.
Hoy la Palabra nos quiere poner sobre aviso de lo que supone el seguimiento del Señor desde el primer momento: “Cuídense de los hombres, porque los entregarán a los tribunales y os azotarán”. Es que aquellos que quieran ser testimonios, como los pastores de la alegría del nacimiento, han de ser también valientes como Esteban en el momento de proclamar la Muerte y Resurrección de aquel Niño.
Esteban es testigo, está convencido de lo que dice y hace. En su vida hizo caso de las palabras del Maestro: “No les preocupe de cómo o qué van a hablar. Lo que tengan que decir se los comunicará en aquel momento”. Si como cristiano somos testigos de Jesucristo, lo que hemos visto con los ojos de la fe lo tenemos que decir sin miedo con los hechos, con las obras.