Comentario del Evangelio, San Lucas 20, 27-40 Católico

Entremos en la Palabra del Señor. "Porque la letra mata, pero el Espíritu da vida".

580

«…Él no es un Dios de muertos, sino de vivientes; todos, en efecto, viven para Él.»

Como dice el Apóstol San Pablo: «Ahora bien, si se predica que Cristo ha resucitado de entre los muertos ¿cómo andan diciendo algunos entre vosotros que no hay resurrección de los muertos?

Si no hay resurrección de los muertos, tampoco Cristo resucitó.Y si no resucitó Cristo, vacía es nuestra predicación, vacía también vuestra fe.» (I Corintios, 15: 12-14).

En nuestros días asistimos no pocas veces a un repetida intención de reducir nuestra fe a un mero simbolismo. Donde la resurrección de Jesús, no sería otra cosa que una referencia al recuerdo en el corazón de sus discípulos que al recordar su enseñanza de alguna manera lo mantenían vivo.

Los que así creen, no creen en la divinidad de Jesucristo. Y por ende no creen en la vida eterna. No creen en el paraíso, ni en el infierno. No creen en los ángeles o en los demonios. No creen en el carácter inspirado e indiscutible de la sacra escritura.

En definitiva no creen y no están en comunión con la fe.

Son como dice el Apóstol, los que hacen de la fe una cosa vana y vacía.

Por ello es necesario entender lo que es la fe y lo que son los misterios y los artículos de fe. Porque la resurrección es un artículo de fe.

Entendemos que a pesar de la claridad del catecismo promulgado por San Juan Pablo II, hay aún hoy, una gran ignorancia sobre algunos temas básicos. Por lo haremos un pequeño repaso de las verdades esenciales para entender el fragmento de la Escritura que hoy leemos.

Fe es una virtud sobrenatural, infundida por Dios en nuestra alma, y por la cual, apoyados en la autoridad del mismo Dios, creemos que es verdad todo lo que Él ha revelado y que por medio de la Iglesia nos propone creer.

Estamos segurísimos de las cosas que la santa Iglesia nos enseña, porque Jesucristo ha dado su palabra de que la Iglesia no será engañada jamás.

Se pierde la Fe con la negación o duda voluntaria de los artículos que se nos proponen para creer, aunque sea de uno solo.

No podemos comprender todas las verdades de la Fe, porque algunas son misterios. Es decir verdades superiores a la razón, que hemos de creer aunque no las podamos comprender.

Hemos de creer los misterios porque nos los ha revelado Dios, que, siendo la infinita Verdad y Bondad, no puede engañarse ni engañarnos. Los misterios son superiores a la razón, mas no contrarios; antes bien, la misma razón nos persuade que los admitamos.

En la Sagrada Escritura no puede haber error alguno, porque siendo toda inspirada, el autor de todas sus partes es el mismo Dios. El sentir auténtico de las Sagradas Escrituras sólo lo podemos conocer por la Iglesia Católica, porque sólo ella no puede errar en su interpretación.

Tradición es la palabra de Dios no escrita, sino comunicada de viva voz por Jesucristo y por los Apóstoles, transmitida sin alteración de siglo en siglo por medio de la Iglesia hasta nosotros.

Las enseñanzas de la Tradición se contienen principalmente en los decretos de los Concilios, en los escritos de los Santos Padres, en los documentos de la Santa Sede y en las palabras y usos de la sagrada Liturgia. A la Tradición hemos de tener el mismo respeto que a la palabra de Dios contenida en la Sagrada Escritura.

La Iglesia Católica puede ser perseguida, pero no destruida ni perecer. Durará hasta el fin del mundo, porque hasta el fin del mundo estará con ella Jesucristo, como El lo ha prometido.

El Credo es una oración muy potente y a la vez un resumen de las verdades de la fe enseñadas por los Apóstoles.

La palabra Creo quiere decir: tengo por certísimo todo lo que en sus doce artículos se contiene, y lo creo con más firmeza que si lo viera con mis ojos, porque Dios, que ni puede engañarse ni engañarnos, lo ha revelado a la santa Iglesia Católica, y por medio de ella nos lo revela también a nosotros.

El undécimo artículo del Credo nos enseña que todos los hombres resucitarán, volviendo a tomar cada alma el cuerpo que tuvo en esta vida. La resurrección de los muertos sucederá por la virtud de Dios omnipotente, a quien nada es imposible.

La resurrección de los muertos acaecerá al fin del mundo, y entonces seguirá el juicio universal. Dios ha dispuesto la resurrección de los cuerpos para que, habiendo el alma obrado el bien o el mal junto con el cuerpo, sea también junto con el cuerpo premiada o castigada.

Habrá grandísima diferencia entre los cuerpos de los escogidos y los cuerpos de los condenados, porque sólo los cuerpos de los escogidos tendrán, a semejanza de Jesucristo resucitado, las dotes de los cuerpos gloriosos.

Las dotes que adornarán los cuerpos gloriosos de los escogidos son: 1ª, la impasibilidad, por la que no podrán ya estar sujetos a males y dolores de ningún género, ni a la necesidad de comer, descansar o de otra cosa; 2ª, la claridad, con la que brillarán como el sol; 3ª, la agilidad, con que podrán trasladarse en un momento y sin fatiga de un lugar a otro, y de la tierra al cielo; 4ª, la sutileza, con que sin obstáculo alguno podrán penetrar cualquier cuerpo, como lo hizo Jesucristo resucitado.

El último artículo del Credo nos enseña que, después de la vida presente, hay otra, o eternamente bienaventurada para los escogido en el cielo o eternamente infeliz para los condenados al infierno.

No podemos comprender la bienaventuranza de la gloria, porque sobrepasa nuestro limitado entendimiento y porque los bienes del cielo no pueden compararse con los bienes de este mundo.

Pidamos al Señor la Gracia de tener siempre bien claras estas verdades fundamentales, y creyendo firmemente en la resurrección de los muertos, hagamos de la vida eterna, la esperanza y razón de nuestro existir, para poder algún día gozar de la continua presencia de Dios, del Dios de vida, que es para nosotros la vida verdadera.

Que así sea.