Comentario del Evangelio, San Lucas 19, 45-48 Católico

Entremos en la Palabra del Señor. "Porque la letra mata, pero el Espíritu da vida".

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«Mi casa será una casa de oración, pero ustedes la han convertido en una cueva de ladrones.»

¡Qué triste cuándo vemos aún hoy, nuestras Iglesias, movimientos, comunidades religiosas y parroquiales, cuándo se apartan del fin para el que el Señor las ha instituido!

Aún en el seno de la Iglesia de Cristo, la Santa Iglesia católica, tantas veces en el pasado y en el presente, el Señor vuelve a lanzar esta sentencia, porque en nuestra ingratitud y rebeldía hacemos de las cosas de Dios, «asuntos privados nuestros».

Así lo hacen algunos sacerdotes que se preocupan más en lucrar, en hacer carrera eclesiástica o en recibir aplausos, que en anunciar a Cristo.

Así lo hacen los agentes de pastoral y líderes de movimientos que hacen de la lucha interna de poder una obsesión mezquina, que mancha y oscurece lo que debiera ser servicio de Dios.

Así lo hacen los feligreses cuando en las comunidades parroquiales actúan con falta de caridad por los demás, mirando sólo a sus intereses y dando un anti-testimonio con su actitud fría e indiferente.

También lo hacen los que nunca van a la Iglesia, o lo hacen sólo para ciertos sacramentos a los que ven como eventos «sociales» y no otra cosa, por lo que se comportan en el templo de manera impropia y falta de la debida piedad.

Por todos ellos debemos rezar, y especialmente pedir por nosotros mismos, por cada vez que incurrimos en alguno de estos comportamientos o fuimos cómplices de los mismos.

A su vez y con mucho amor y paciencia, es nuestra obligación hacer una corrección fraterna. Tomando coraje del ejemplo valiente de nuestro Señor Jesús, quién frente a la pasión cierta que lo esperaba, no calló su indignación por la falta de respeto al templo de Dios.

Así también nosotros debemos arriesgarnos a perder nuestros pequeños lugares, a poner en riesgo nuestra reputación, a ser dejados de lados, antes que faltar a la verdad o ser parte de algo que no corresponde y que transforme la casa de Dios en algo distinto que el lugar donde se sirve al Señor, se administran sus sacramentos y se enseña su Palabra de Vida.

Pidamos al Señor la Gracia de poder decir con el Salmo: «El celo de tu casa me devora, los insultos de los que te insultan recaen sobre mí.» (Salmo 69: 10).

Que así sea.

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