San Pio de Pietrelcina, Sacerdote de dos mundos.

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Padre Pío y las almas del Purgatorio

El purgatorio por San Pio da Pietrelcina – SACERDOTE DE DOS MUNDOS:

Muchos Santos han tenido enorme devoción por las almas del purgatorio.

En esta devoción se distinguió el Santo Padre Pío de Pietrelcina: él tuvo siempre una gran devoción por ellas.

Las almas tuvieron siempre un lugar de privilegio en su vida espiritual. Él se recordaba siempre de ellas, no sólo en sus oraciones cotidianas, sino sobre todo en la santa misa.

Un día, conversando con algunos monjes que lo interrogaban justamente sobre la importancia de rezar por estas almas, el Padre Pío les dijo:

«Sobre esta montaña (refiriéndose a San Giovanni Rotondo) suben más almas que hombres y mujeres vivientes para asistir a mis misas y buscar mis oraciones.”

Si se piensa que, en cincuenta y dos años de vida en ese convento que hizo el santo, fue visitado por millones de peregrinos provenientes de todas partes del mundo, la afirmación de Padre Pío nos deja impresionados.

Durante esos 52 años, Padre Pío permaneció todo el tiempo en San Giovanni Rotondo, de lo cuál podemos deducir cuán numerosos deben haber sido sus contactos con las almas del Purgatorio.

Si superaban grandemente a los vivos que venían de todas partes del mundo, es evidente que esas almas conocían bien el corazón del santo, ardiente en caridad y celo por la salvación.

Él escribía en una carta: “Si sé que una persona está afligida sea en el alma que en el cuerpo, ¿qué cosa no haré frente al Señor para verla libre de sus males? De buena gana, cargaría, con tal de verla salvarse, con todas sus aflicciones, ofreciendo a su favor, los frutos de esos sufrimientos, si el Señor me lo permitiera”.

AMOR POR LOS QUE SUFREN

Qué gran amor que el Padre Pío tenía por el prójimo, tanto que a veces lo hacía enfermarse físicamente. Él deseaba y padecía por la salvación y la felicidad de los hermanos a tal punto de tener que admitir: “He sido vertiginosamente transportado a vivir por los hermanos y por consecuencia a beber y comer de sus dolores hasta la saciedad, tanto que voy irresistiblemente lamentando”.

En una carta del 20 de enero de 1921, a propósito de su amor y su interés por los hermanos, escribe así: “Por los hermanos, tantas veces, por no decir siempre… me toca decir a Dios Juez, junto con Moisés: Oh Dios, perdona a este pueblo o quítame la vida.”

En la misma carta, anteriormente había descrito así su estado de ánimo, la tensión del amor que se apoderaba de su ser:

“Todo se resume en esto: soy devorado desde el amor de Dios, al amor al prójimo”.

Después dirá sobre sí mismo: “¡Qué cosa fea vivir de corazón!” y explicará su situación: “se necesita morir en todo momento de una muerte que mata: vivir muriendo y morir viviendo”.

Este intenso y ardiente amor no era solo por los hermanos de este mundo, sino también por aquellos pasados a la otra vida y siempre miembros de la familia de Dios.

Sobre la base de la expresión que hemos citado poco antes: “Suben a esta montaña a participar en mis misas y buscar mi oración más almas del Purgatorio que aquellas de los vivos”, podemos decir que él oraba y sufría continuamente por los vivos y por los muertos.

Frecuentemente ese don suyo de estar entre dos mundos era de gran alivio para los que estaban junto a él, especialmente para los que estaban sufriendo el luto de haber perdido hace poco a una persona querida.

Los hermanos que vivían con Padre Pío asistían frecuentemente a fenómenos extraordinarios. Por ejemplo, una noche, cuentan, en el medio de la segunda guerra mundial, después de la cena y con el convento ya cerrado, los monjes sintieron algunas voces provenientes del ingreso al monasterio, que gritaban: “¡Viva Padre Pío!”

El superior de aquél tiempo, Padre Rafael de San Elia, llamó al monje de la portería, fray Gerado Deliceto, y le encargó descender para informar de lo que estaba sucediendo en la puerta de ingreso y pedirle a las personas que habían entrado al convento a esas horas, de por favor irse y retornar al otro día.

El hermano Gerardo obedeció. Cuando llegó al corredor de ingresó, encontró todo en orden, todo oscuro, la puerta de ingreso bien cerrada con las dos barras de metal que se usaban para ello bloqueando la puerta. Hizo entonces una breve inspección en los locales adyacentes y fue a informar al superior.

Las voces había sido oídas por todos y el Superior permanecía perplejo, porque en ese tiempo se hablaba de trasladar a Padre Pío a otro convento y la población de San Giovani Rotondo estaba alarmada, y movilizada para impedirlo.

La mañana sucesiva el superior fue a hablar con Padre Pío, con quién tenía mucha confianza y le contó lo que había sucedido la noche anterior, preguntándole si él había sentido las voces, casi gritos, como para ser escuchadas por todo el monasterio.

Padre Pío, casi sin dar mucha importancia a la cosa, con mucha calma, como si se tratase de la cosa más ordinaria  y común del mundo, tranquilizó al Superior, explicándole que las voces que habían gritado “Viva Padre Pío” pertenecían a los soldados difuntos que había venido a agradecerle por sus oraciones.

Ese era el espíritu de Padre Pío, en su vida de oración por las almas. Cada vez que tenía noticias de alguna persona que había muerto, Padre Pío celebraba siempre una Santa Misa en sufragio por ellos.

LA MISA DE PADRE PIO

Quien asistía a la misa del Padre Pío, recordará siempre el tiempo que él le dedicaba al “memento” de los muertos. La palabra “memento” significa “recuérdate “, como si la Iglesia subrayara a los sacerdotes la necesidad de tener siempre presente en el Sacrificio de la Misa, a los difuntos, a recordar la oración por ellos, en el rito más solemne de la Iglesia, es decir cuando se renueva el sacrifico del Señor Jesús por las almas.

Padre Pío se detenía en esta oración por cerca de un cuarto de hora, como comentaba su confesor el padre Agostino.

¿De quién se recordaba el Padre Pío cada día? Ciertamente del alma por la cual la misa se estaba celebrando. De hecho, según una antigua usanza, como hemos dicho arriba, los fieles generalmente hacen celebrar misas por los propios difuntos. El sacerdote presenta al Señor las intenciones del solicitante y después por las otras almas que él tiene en su corazón. Padre Pío hacía esto y después se entretenía con el Señor para pedirle por otras almas por varios minutos.

SUFRIMIENTO DE LAS ALMAS PURGANTES:

Padre Pio, hombre de gran oración y de continuo sufrimiento, tenía el don de los estigmas, y ciertamente el don de penetrar a fondo en el misterio del sufrimiento de las almas del Purgatorio. Se daba cuenta de la intensidad de esos sufrimientos.

Un día un monje hermano suyo capuchino no sacerdote, de la provincia religiosa de Foggia, fray Modestino da Pietrelcina, pregunta al Padre Pío: “Padre ¿qué cosa piensas de las llamas del Purgatorio? Y el padre Pío le contestó: “Si el Señor les permitiera a las almas del purgatorio pasar del fuego en el que están a el fuego de esta tierra, sería para ellas un alivio tal como pasar de agua hirviendo a agua fresca”.

El Purgatorio era algo que Padre Pío conocía bien y cuando hablaba de las almas sufrientes no hablaba por haber sentido decir o por haberlo leído en los libros, sino por su experiencia personal.

Junto a la conciencia del sufrimiento, también era consciente de las penas.

Un día fray José Longo de San Giovanni Rotondo, también hermano capuchino no sacerdote, fue a pedirle al Padre Pío su oración por una joven enferma que estaba inmovilizada en una silla y no podía caminar. La familia de la muchacha había insistido al monje pidiéndole esta cortesía.

Fray José se arrodilló, como siempre hacía, pero por distracción apoyó la rodilla en el pie llagado del Padre pío, que por el dolor casi grita. Luego de que el monje levantara su rodilla, el Padre Pío le dice muy mortificado: “Es como si me hubiese hecho diez años de Purgatorio!”

Algunos días después fray José fue a visitar a la familia de la muchacha para contarle que había cumplido con trasladar a Padre Pío su pedido de oración y que él había rezado por ella. Allí se enteró que la muchacha había vuelto a caminar el mismo día en el que él se había arrodillado sobre los pies del Santo Padre Pío.

Una vez le preguntaron a Padre Pío: “Padre, ¿cómo puedo sufrir el Purgatorio aquí en la tierra, de modo de poder ir directamente al Paraíso? Y él respondió: “aceptando todo de las manos de Dios, sufriendo todo con amor y agradecimiento. Sólo así podemos pasar del lecho de muerte directo al Paraíso”.

 

SUFRIMIENTOS DE PADRE PIO

Otra vez le preguntaron: “¿Padre, usted sufre también las penas del infierno?” Y el respondió: “Sí, naturalmente”. Y agregó “Y también las penas del Purgatorio, créeme que las almas del purgatorio no sufren más que yo, en esto estoy seguro de no equivocarme.”

Consideremos lo que escribe Padre Pío en una carta a su confesor el Padre Agostino de San Marco in Lamis, cuando habla de su alma inmersa “en la oscura noche del espíritu”, pero cargada del amor por Dios que no se deja encontrar:

“Entonces estoy en esta noche, yo no sabré decir si me encuentro en el infierno o en el Purgatorio. Los intervalos en los que hay un poco de luz en mi espíritu son así de fugaces y mientras me pregunto por mi ser, me siento caer en esta cárcel tenebrosa, instantáneamente pierdo la memoria de todos los favores generosos que el Señor ha tenido con mi alma.»

TESTIMONIO DE UN PROFESOR

Cuenta un profesor, que durante la guerra había tenido que refugiarse en San Giovanni Rotondo, que una noche del año 1943 se encontraba con Padre Pio, que llegaba al coro de la antigua capilla. Eran momentos de comunión y comunicación espiritual.

“El padre enseñaba en el modo más dulce, humilde y penetrante, en sus palabras yo sentía de la manera más persuasiva el Espíritu de Cristo.

Nos sentamos sobre una de las viejas bancas, en el punto en el que el largo corredor hacía ángulo con el otro lado que llevaba al coro.

Esa noche trató de dos puntos importantes en la vida interior. Uno sobre mí, y el otro sobre las almas del Purgatorio.

He podido constatar, meditando deductivamente, que él tenía un conocimiento claro de las almas y del estado de purgación después de la muerte, como de la duración de las penas que la divina bondad asigna a cada uno y establece para sancionar las ofensas realizadas, hasta llegar a un estado de purificación absoluta y total, para dejar entrar esas almas en el círculo del fuego de su Divino Amor, de la beatitud sin fin.”

El profesor, después de haber hablado del primer punto, de su estado de ánimo, de la perfección cristiana y de la libertad del hombre, pasado al segundo punto dice:

“Un día le encomendé el alma de un escritor que yo había seguido en mis lecturas juveniles. No agregando nada más, no le dije el nombre del escritor. Pero el Padre Pío sabía perfectamente a quién yo me refería. Se puso al rojo vivo, indignado, dolorido por aquél alma a la cual no habían faltado ayudas espirituales y oraciones. Después dice: “¡Ha amado demasiado a las creaturas!” Y preguntándoles yo, más con mi mirada que con las palabras, cuánto tiempo permanecería esa alma en el Purgatorio, respondió: “Al menos cien años.”

Después Padre Pio agregó: “Es necesario rezar por las almas del Purgatorio. No es fácil entender cuanto bien espiritual podemos recibir de ello, por vía de la gratitud que demuestran a los que las recuerdan en la tierra y rezan por ellas.”

Años más tarde el Padre Pío dice al profesor, su pensamiento completo sobre el tema, a propósito de Genoveffa (Genoveffa di Troia, nacida en Lucera el 2 1-12-1887 y muerta a Foggia el 11-12-1949, quién era una laica de la fraternidad franciscana de Foggia, que había hecho del sufrimiento su medio de apostolado. Desde muy pequeña su cuerpo estaba lleno de llagas, y pasó cincuenta y ocho años en cama y ha sido declarada venerable en el año 1992 por San Juan Pablo II).

Reflexionando sobre el tema Padre Pio dice: “Es más agradable a Dios, toca más su corazón, la oración del que sufre y del que sufriendo da gracias a Dios, y pide por el bien del prójimo. La oración de las almas del purgatorio es muy eficaz a los ojos de Dios, porque están en un estado de sufrimiento y de amor a Dios, al cual aspiran, y amor al prójimo, por el que rezan.

Más de una vez el profesor ha sentido al padre Pío expresarse en el sentido que el destino de un alma, depende, sino del todo, en una gran parte, de la disposición del espíritu, de los últimos instantes de su vida, de los extremos impulsos de fe y arrepentimiento que puedan salvar un alma de un grave peligro de muerte espiritual.

Decía el Padre Pío: “Te maravillarías de encontrarte en el Paraíso, almas que nunca te esperarías de encontrar allí”.

Años después, por el contrario, el profesor pide al Padre Pío de orar por el alma de una persona fallecida notoriamente pero el responde “Pero ya está muerto”, como aludiendo a que su alma se había ya perdido irremediablemente. El profesor le respondió: “Pero padre, para Dios no existe el tiempo, no hay un antes y un después. Su oración puede entrar en el orden de las condiciones puestas por Dios para que un alma no se pierda”. El padre Pío enrojeció mucho y con una sonrisa maravillosa cambió de tema.