“Hipócritas, ¿por qué me tienden una trampa?»
¿Puede el hombre tender trampas a Dios?
No podría jamás. Sin embargo desde Adán y Eva en adelante, cree el hombre neciamente que puede engañar a su Dios.
Es muy triste ver cuando se intenta justificar la propia conducta tergiversando los mandamientos de Dios, para encontrar una interpretación que nos permita sentirnos bien con nuestra vida actual, en vez de ser humildes, reconocernos pecadores, y buscar, con la Gracia de Dios, santificar nuestras vidas.
A Dios no lo podremos engañar, sólo a nosotros mismos nos engañamos. Tapamos nuestro vacío, y negamos nuestra oscuridad y desamparo.
Es que ¿Cómo puede el ser humano sentirse amparado si voluntariamente se aleja de Dios e ignora su revelación divina?
Algo así ocurría con muchos de los judíos del tiempo de Cristo. Tenían con ellos a Cristo, la revelación viva, y en vez de escucharlo para aprender y obedecer, buscaban ponerlo a prueba y envolverlo.
Esa manera de negar a Dios esconde la incapacidad para salir del orgullo de creerse poseedores de la verdad por el sólo hecho de nacer en tal o cual familia, por la herencia de la carne, y no por la fe y la obediencia de corazón.
Vemos en este fragmento de Evangelio que leemos hoy, como la lucha del mal y la oscuridad no es contra el mal y la oscuridad, sino contra la verdad y la luz.
Por ello los judíos que estaban con Herodes (y por ello se sometían a Roma y pagaban los impuestos sin ningún problema) y los fariseos (que por purismo religioso mal entendido veían en el pago del impuesto al invasor romano una traición a su pueblo), se alían en contra de Cristo.
El Señor sale de la trampa en la que lo quieren meter, respondiendo: “Den al César lo que es del César, y a Dios, lo que es de Dios”.
Les dice así con toda elegancia, algo así como: «No quieran envolverme con sus mezquinos planteos mundanos. No he venido para librarlos de los romanos, sino a librarlos del pecado que vive en cada uno de ustedes.»
Aprendamos de esto para no esperar de Dios, solamente solución a las cosas de la vida, vistas desde nuestros deseos y esperanzas terrenas, sino especialmente y en primer lugar, recemos y esperemos de Dios solución a nuestros errores en el camino a la santidad.
Pidamos ser sanados espiritualmente por Cristo, para que con su Gracia, seamos merecedores de las promesas de Jesucristo, nuestro Salvador.
Que así sea.
#EvangeliodelDia #22octubrehttps://t.co/Pa4SVR2oFb
— Santa Virgen María (@santavirgenSVM) October 22, 2017