Comentario del Evangelio, San Lucas 11, 5-13 CATOLICO

Entremos en la Palabra del Señor. "Porque la letra mata, pero el Espíritu da vida".

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«Yo les aseguro que aunque él no se levante para dárselos por ser su amigo, se levantará al menos a causa de su insistencia y le dará todo lo necesario…

El que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abre.»

La esperanza de recabar de Dios por medio de la oración las gracias que necesitamos, se funda en la promesa de Dios omnipotente, misericordioso y fidelísimo, y en los merecimientos de Jesucristo.

La oración nos hace reconocer nuestra dependencia de Dios, supremo Señor, en todas las cosas; nos hace pensar en las cosas celestiales, nos hace adelantar en la virtud, nos alcanza de Dios misericordia, nos fortalece contra las tentaciones, nos conforta en las tribulaciones, nos socorre en nuestras necesidades y nos impetra la gracia de la perseverancia final.

Debemos principalmente pedir a Dios su gloria, nuestra eterna salvación y los medios de alcanzarla.

San Francisco Javier rezaba diciendo al Señor: yo te amo no porque puedes darme el paraíso o condenarme al infierno, sino porque eres mi Dios. Te amo porque Tú eres Tú.

Aunque Dios sepa lo que necesitamos, quiere, no obstante, que se lo pidamos para reconocerle como dador de todo bien, atestiguarle nuestra humilde sumisión y merecer sus favores.

La primera y mejor disposición para hacer eficaces nuestras oraciones es estar en gracia de Dios o desear, al menos, ponerse en tal estado.

Para bien orar se requieren especialmente recogimiento, humildad, confianza, perseverancia y resignación.

En el Evangelio de hoy el Señor nos habla de dos de estos requisitos: la confianza y la perseverancia.

Orar con confianza quiere decir que hemos de tener firme esperanza de ser oídos, si ha de ser para gloria de Dios y nuestro verdadero bien.

Rezar con perseverancia quiere decir que no hemos de cansarnos de orar, aunque Dios no nos oiga inmediatamente, sino que hemos de seguir orando con más fervor.

Dios siempre oye las oraciones bien hechas, pero siempre en el modo que El sabe que es provechoso para nuestra eterna salvación, y no siempre según nuestra voluntad.

Hemos de orar especialmente en los peligros, en las tentaciones, en el trance de la muerte; además, hemos de orar frecuentemente, y es bien que esto se haga a la mañana, a la tarde y al principio de las acciones más importantes del día.

Hemos de orar por todos, a saber: por nosotros mismos, por nuestros padres, superiores, bienhechores, amigos y enemigos; por la conversión de los pobres pecadores, de los que están fuera de la Iglesia y por las benditas almas del purgatorio.

«La oración constante nos ayuda a interpretar nuestra vida, a tomar nuestras decisiones, a reconocer y acoger nuestra vocación, a descubrir los talentos que Dios nos ha dado, a cumplir cada día su voluntad, único camino para realizar nuestra existencia.» (SS. BENEDICTO XVI – AUDIENCIA GENERAL – Plaza de San Pedro
Miércoles 7 de marzo de 2012)