Comentario del Evangelio, San Lucas 9,7-9

Entremos en la Palabra del Señor. "Porque la letra mata, pero el Espíritu da vida."

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«A Juan lo hice decapitar. Entonces, ¿quién es este…?»

Vemos en las palabras de Herodes, como el mal, en su ciega soberbia, se opone a Dios neciamente, y cree poder detener el río con las manos.

No podrá nunca, porque como el agua escurre entre los dedos, así actúa el designio de Dios en el hombre a pesar del pecado, la rebeldía y hasta la crueldad de los que se sienten amenazados por los justos y le hacen la guerra al amor de Dios.

Herodes encarceló a Juan el Bautista, para que no lo fastidiara mostrándole una verdad que le era incómoda. Luego lo mandó decapitar por cumplir los compromisos en los que su pecado lo encadenaba.

Quiso tapar la luz, y una Luz mucho mayor surgió en su camino.

También su padre, treinta años antes, mostró la misma maligna necedad, cuando ordenó la matanza de los inocentes, en la que buscaba matar al Mesías prometido para aferrarse a su vano poder terrenal.

De igual manera el sanedrín, con la complicidad de Poncio Pilatos buscaría silenciar a la Verdad, matando a Cristo en la Cruz.

Todos los esfuerzos del mal fueron y serán en vano. En la Cruz Cristo resplandeció más que nunca.

Porque una sola cosa fueron pasión, cruz, muerte y Resurrección. Una sola gran victoria de Dios sobre la muerte y el error, sobre la soberbia demoníaca opuesta al Bien y a la Verdad.

En esta pregunta de Herodes, en su perplejidad, vemos el destino final de todas la intrigas del maligno. A pesar de todo lo que hagan la Luz brillará, y Cristo al Final Vencerá.

Así sea.