«Si tu hermano peca, ve y corrígelo».
La corrección es una de las más importantes obras de misericordia espiritual que podemos realizar.
En ella, el Señor nos llama a interesarnos los unos por los otros, a poner nuestra mirada en la salvación de nuestros hermanos, y con su Gracia, ayudarlos a encontrar el camino de la santidad.
El amor tiende a comunicarse. Cuando encontramos algo que nos parece bueno, queremos inmediatamente compartirlo con nuestros seres queridos. Este es un sentimiento que viene de Dios.
Si dejamos que este sentimiento nos guíe, y tenemos ocasión de aconsejar a algún prójimo que el Señor ponga en nuestro camino, al hacerlo, cumplimos con un importante deber cristiano, con un mandato expreso de Cristo.
Lamentablemente en esta sociedad llena de sensibilidades egoístas, y poco amiga del camino de la Cruz, está mal visto el aconsejar o corregir, y esto muchas veces nos aleja del cumplimiento de este precepto que el Señor Jesús nos ha dado.
El miedo a ser vistos como soberbios, o a recibir una respuesta dura del corregido, muchas veces nos detiene y nos hace callar.
También, no pocas veces el egoísmo, cuando dejamos que nos gobierne, hace que tengamos la mirada puesta en nuestros problemas de cada día, en nuestros planes y objetivos, y que nos importe poco o nada el destino eterno de nuestros prójimos.
En el fondo, somos nosotros mismos, los que nos estamos ocupando de cualquier cosa menos de nuestro bien espiritual, y por eso no cumplimos este mandamiento que nace en el amor.
Tantas veces corregimos no por amor al prójimo y en vistas a su salvación, sino, porque justo eso que corregimos, nos molesta particularmente a nosotros, y significa un estorbo en nuestro camino.
Otras veces, la tentación de destacarnos, o la envidia, hace que busquemos corregir a los prójimos, pero no para que se salven, sino para darnos el gusto de rebajarlos, o de desquitarnos de algún rencor.
Esta no es la corrección a la que nos llama el Señor.
Cristo nos llama a salvarnos, salvando a otros. A ser pescadores de hombres, usando las redes de su Evangelio, y la caridad como criterio.
Una caridad que no calla, que no es hipócrita, que no es cómplice, pero que no aplasta, que no humilla, que no es implacable, que no se rinde, que todo lo espera en el Señor, que a la vez que actúa, todo lleva a la oración y se refuerza en los sacramentos de Dios.
Pidamos al Señor Jesús, el don del Consejo, y la Gracia de ser valientes y caritativos para corregir a quién lo necesite, ayudando a su salvación y así a la nuestra.
Bendiciones.