Hoy el Señor Jesús nos dice:
«Ustedes hagan y cumplan todo lo que ellos (los hipócritas) les digan, pero no se guíen por sus obras.»
La hipocresía es una enfermedad del alma, es una ceguera frente a la maravilla de la existencia de Dios, una puerta cerrada a su Gracia.
Quién vive una doble vida, mostrando algo en lo que no cree, es alguien que jamás tendrá paz, alguien que está dividido. Etimológicamente, la palabra diablo, no significa otra cosa sino «división» (diablo del griego diabolim, dividido, o diabolos, mentiroso y calumniador).
El mal tiene que ver desde el principio con la mentira. La mentira primero dicha a sí mismo, como la que se hizo Lucifer al rechazar el amor de Dios, negando la grandeza del Altísimo y queriendo ser más grande que Dios.
También desde la mentira el diablo tentó a Adán y Eva, y desde la mentira Adán y Eva intentaron esconder su desnudez y su pecado ante Dios.
Es mentiroso el fariseo que Jesucristo nos presenta en varios pasajes de su Evangelio. Aparenta cumplir con la voluntad de Dios, pero en realidad no lo hace.
No tiene verdadera amistad con Dios, cumple a la vista de los hombres, pero no lo hace por agradar a Dios, sino por compararse con los otros y así inflarse de orgullo y vanagloria.
Es que no basta con cumplir los mandamientos sólo en la letra. Debemos cumplir los mandamientos en la letra y en el espíritu.
«Precisamente este cumplimiento, que Jesucristo ha dado a la Ley de Dios con su palabra y con su ejemplo, constituye el modelo del “caminar según el Espíritu”.»
El apóstol San Pablo fue quién más enseño esta moral superior, de cumplir en la “verdad del Espíritu”. Él, que había sido un celoso fariseo, buen conocedor, meticuloso observante y fanático defensor de la “letra” de la Antigua Ley, convertido más tarde en apóstol de Cristo, podrá escribir de sí mismo:
“Dios… nos capacitó para ser ministros de una nueva Alianza, no de la letra, sino del Espíritu. Pues la letra mata mas el Espíritu da vida” (2 Co 3, 6).» (San Juan Pablo II, AUDIENCIA GENERAL, Miércoles 9 de agosto de 1989).
Para cumplir así; para estar cerca de Dios, y ser uno con Él y su voluntad, se necesita humildad. La humildad de reconocer que la voluntad de Dios es superior a nuestros gustos, deseos, planes; y que la esperanza en la vida eterna prometida por Cristo debe ser más importante que toda esperanza terrenal de reconocimiento humano que podamos tener.
«Que el más grande de entre ustedes se haga servidor de los otros, porque el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado”.
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— Santa Virgen María (@santavirgenSVM) August 26, 2017