COMENTARIO DE HOY LUNES

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Buenos días.

El Evangelio de hoy nos recuerda la parte central del Sermón de la montaña, las bienaventuranzas.

Ellas son, luego de la pasión, muerte y resurrección del Señor, que es el corazón del Evangelio, la parte de estos que sigue en importancia, junto a San Mateo 25.

De alguna manera las Bienaventuranzas resumen la Nueva Ley del Señor, y anticipan su pasión, muerte y resurrección donde sus enunciado se harán carne en el sacrificio redentor del Señor.

«Moisés había dejado una alianza del Pueblo de Israel que le había sido entregada por Dios en el Sinaí; ahora Jesús entrega a la multitud una enseñanza, que no contradice la anterior sino que … perfeccionan los mandamientos de la Antigua Alianza”.

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El vivir en el Espíritu de las Bienaventuranzas es nuestro pasaporte al Cielo: «Alégrense y regocíjense, porque su recompensa será grande en los cielos.»

El vivir la lógica de las Bienaventuranzas en un principio parece una locura, desde una mirada mundana pareciera una invitación al masoquismo. Si alguno buscaba en Jesús a un líder social o un justiciero revolucionario, quedaría defraudado al oír estas palabras.

El mensaje de las Bienaventuranzas sólo podremos entenderlo si somos amigos de Dios. Si desde nuestro corazón nace cada día un fuerte deseo como un grito: «Quiero ser hijo de Dios, tratar a Dios, portarme como un hombre que sabe que tiene un destino eterno.» (San José María Escrivá de Balaguer).

Dios no nos llama a una vida de mediocridad espiritual, que no puede dar la felicidad. Nuestro Padre del Cielo, porque nos ama, nos llama a ser santos.

Es que la única verdadera tristeza en la vida es no ser santos. Y para ser Santos, para vivir en la hermosa luz de la verdad, tenemos que llenarnos del Espíritu de Cristo, ese de un amor capaz de enfrentar las cruces para alcanzar ese destino eterno.

Pidamos al Espíritu Santo que nos de la gracia de hacer de nuestras vidas un fiel testimonio de servicio y luz por el camino de las Bienaventuranzas.

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