En el fragmento del Evangelio según San Mateo que leemos hoy, vemos a los fariseos que no entienden porque Jesús y los suyos no ayunaban.
Para ellos el ayuno era sólo algo externo, una relación entre la persona y la comida, y no un privarse de algo por amor a Dios. Podían mantenerse en el caballo de la soberbia y cumplir con la manera de comer, y con eso para ellos bastaba.
Cristo, por el contrario, propone ayunar primero de nuestra iniquidad, y así cumplir verdaderamente la voluntad de Dios, que más que otra cosa quiere que nos privemos de las cosas que nos apartan de su voluntad, no sólo de los placeres de la comida y la bebida, sino de todo aquello que naciendo de nuestro egoísmo nos inclina al pecado.
El Señor denuncia la hipocresía de hacer la figura de estar entregados a Dios, pero por dentro ser caprichosos, egoístas y soberbios, impiadosos y prontos a juzgar con dureza las faltas ajenas mientras las propias se excusan y se viven a escondidas de los hombres.
Esta manera de actuar es muy necia. Porque todo lo que refiere a Dios debe partir del concepto de omnipotencia divina. Y si Dios todo lo puede, el todo lo ve.
El no sólo ve nuestros actos externos, sino que también ve nuestros corazones. Es imposible esconder de la mirada de Dios nuestras maldades y negligencias.
Cristo nos propone, como lo hizo con sus discípulos, el ayuno y la penitencia de sepultar el juicio duro que mira lo que hacen los demás, y dejar de lado todo deseo de protagonismo, ocupándose sólo en mejorar lo que se da a los prójimos sin quejarnos de lo que recibimos de ellos.
El Señor nos pide, que lo escuchemos, lo sigamos y aprendamos de Él. Y Jesucristo no fue a la Cruz por los méritos nuestros, sino que a pesar de nuestros pecados el se entregó por amor. Lo mismo nos pide el Señor, que nos curemos de la hipocresía actuando siempre bien, por el placer de seguir a Dios, más allá de como nos miren o nos traten los otros.
Verdaderamente, el ayuno, no consiste sólo en dejar de comer, sino en la fidelidad a la que nos llama Dios, que quiere que cumplamos en Espíritu y en verdad, cada día y en cada momento, sin poner como excusas lo que hacen otros para justificar nuestras faltas.
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Por eso, busquemos en este tiempo el verdadero ayuno, que a veces es saber callar, no tener la última palabra, que es dejar que las cosas se hagan como otros lo proponen, siempre que veamos en esos otros la voluntad de Dios.
A los ojos de Dios no importa quién propone la verdad, sino quién finalmente la cumple. Por eso tiene más mérito el que se humilla y se deja corregir por amor a la voluntad de Dios, que el que marca a raya la línea de lo que no está dispuesto a sufrir, y vive siempre pendiente de que nadie lo ofenda.
Hagamos de la Cuaresma ocasión para enderezar nuestras actividades, y alinearlas con el Sagrado Corazón de Jesús, para que los demás vean reflejada en nosotros la fidelidad de Cristo a la Voluntad del Padre, una fidelidad humilde capaz de ayunar del orgullo que nos aleja del Padre.
Pidamos la Gracia de que nuestro ayuno sea hacer la voluntad de Dios, en letra y Espíritu.
Que así sea.
Gloria a ti señor Jesús. gracias por este nuevo día que me permites vivir Ayúdame a servir a mis semejantes y multiplicar mis oraciones para alcanzar la vida eterna