Hablar de Dios, es hablar de un misterio, es hablar de algo que nos supera.
Hablar de los dogmas de la fe, es hablar de verdades, y a la vez de misterios.
A cuántos se nos han planteado dudas, frente a temas como:
La Santísima Trinidad, los Ángeles, los principios de la creación, la predestinación, la Gracia, el regalo de la libertad y las consecuencias de su buen o mal uso, el cielo y el infierno, la salvación y la condenación, la concepción virginal de María, la encarnación de Dios, el Amor infinito de Dios.
Todos son temas que nos llaman a formarnos sobre ellos, en base a la Sagrada Escritura y el Catecismo, y son a la vez una realidad que nos supera.
La existencia de los misterios en la revelación divina, es un verdad de fe.
El Catecismo Mayor de San Pío X trataba el tema con una serie de preguntas y respuestas:
«¿PODEMOS COMPRENDER TODAS LAS VERDADES DE LA FE?
NO, SEÑOR; NO PODEMOS COMPRENDER TODAS LAS VERDADES DE LA FE, PORQUE ALGUNAS SON MISTERIOS.
¿A QUÉ NOS REFERIMOS CUANDO HABLAMOS DE MISTERIOS?
MISTERIOS SON VERDADES SUPERIORES A LA RAZÓN, QUE HEMOS DE CREER AUNQUE NO LAS PODAMOS COMPRENDER.
¿POR QUÉ HEMOS DE CREER LOS MISTERIOS?
HEMOS DE CREER LOS MISTERIOS PORQUE NOS LOS HA REVELADO DIOS, QUE, SIENDO LA INFINITA VERDAD Y BONDAD, NO PUEDE ENGAÑARSE NI ENGAÑARNOS.
¿SON CONTRARIOS A LA RAZÓN LOS MISTERIOS?
LOS MISTERIOS SON SUPERIORES A LA RAZÓN, MAS NO CONTRARIOS; ANTES BIEN, LA MISMA RAZÓN NOS PERSUADE QUE LOS ADMITAMOS.
¿POR QUÉ LOS MISTERIOS NO PUEDEN SER CONTRARIOS A LA RAZÓN?
LOS MISTERIOS NO PUEDEN SER CONTRARIOS A LA RAZÓN PORQUE EL MISMO DIOS QUE NOS HA DADO LA LUZ DE LA RAZÓN, ES QUIEN NOS HA REVELADO LOS MISTERIOS, Y NO PUEDE CONTRADECIRSE A SÍ MISMO.»
Podemos resumir que un misterio es una verdad sobrenatural, que por su naturaleza está por encima de nuestra inteligencia. Son dogmas de fe que superan nuestra lógica. Pero no son ilógicos, o contrarios a la razón.
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A Dios lo podemos conocer por la razón, en cuanto a su existencia, y al contenido de su revelación, pero no podemos abarcarlo con nuestra inteligencia.
Una cosa es que algo nos supere en su comprensión, y otra es que eso sea inconcebible. Es nuestra razón el límite para entender, pero no el límite para existir.
Podemos poner dos simples ejemplos:
El primero el que daba el querido Padre Jorge Loring, de la hormiga y el ajedrez. Decía el sacerdote jesuita, autor del popular libro «Para Salvarte» y cuyo programa televisivo en la cadena EWTN tuviera tanta audiencia, que:
«Aunque la hormiga no entienda lo que es el juego del ajedrez, el ajedrez igual existe. No es necesario que la hormiga lo entienda para que exista. Así como la capacidad de comprensión de una hormiga respecto del ajedrez, es la capacidad de comprensión nuestra respecto de los misterios divinos.»
En una línea similar, monseñor Robert Barron, obispo auxiliar de Los Ángeles, en los Estados Unidos, nos ponía el ejemplo en su serie televisiva en EWTN, «Los tres caminos de la Sanitdad», el del Perro que entraba en la Biblioteca, veía todo, paseaba por la biblioteca, pero para él, la comprensión de los libros que en ella estaban contenidos era algo que lo superaba.
El misterio de la Fe se resuelve anunciando a Cristo:
El apóstol San Pablo en el segundo capítulo de su primera carta a Corintios, nos explica esto con sencillez y luminosidad:
9. Más bien, como dice la Escritura, anunciamos: lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó, lo que Dios preparó para los que le aman.
10. Porque a nosotros nos lo reveló Dios por medio del Espíritu; y el Espíritu todo lo sondea, hasta las profundidades de Dios.
11. En efecto, ¿qué hombre conoce lo íntimo del hombre sino el espíritu del hombre que está en él? Del mismo modo, nadie conoce lo íntimo de Dios, sino el Espíritu de Dios.
12. Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que viene de Dios, para conocer las gracias que Dios nos ha otorgado,
13. de las cuales también hablamos, no con palabras aprendidas de sabiduría humana, sino aprendidas del Espíritu, expresando realidades espirituales.
14. El hombre naturalmente no capta las cosas del Espíritu de Dios; son necedad para él. Y no las puede conocer pues sólo espiritualmente pueden ser juzgadas.
15. En cambio, el hombre de espíritu lo juzga todo; y a él nadie puede juzgarle.
16. Porque ¿quién conoció la mente del Señor para instruirle? Pero nosotros tenemos la mente de Cristo.