El Padre Nuestro explicado

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explicación del Padre Nuestro

Padre

Desde la primer palabra, Cristo nos introduce en una nueva dimensión en nuestra relación con Dios. Donde Dios no solo es “mi Señor”, o mi patrón, sino mi Padre. Y yo no sólo soy su siervo, su dependiente, sino su hijo.

Me dirijo entonces a Ti, Padre, con el respeto debido a Aquél que es también mi Señor, pero con la libertad, la confianza y la intimidad del hijo, consciente de ser amado, confiado incluso en la desesperación y en medio de la esclavitud del mundo y del pecado.

Él es el Padre que me llama, en la espera de mi retorno, yo su hijo pródigo que retorna a Él arrepentido. Él es el puerto seguro, los brazos en los que el niño no siente más el miedo, aquél Padre junto al que el niño en brazos ve todo desde lo alto maravillado.

Porqué no sólo es Padre mío o de los míos (mi familia, mis amigos, mi círculo social, mi pueblo, etc.), sino que es el Padre de todos, del rico y del pobre, del Santo y del Pecador, del culto y del ignorante, que a todos llama incansablemente a volver a TI, al arrepentimiento, a Tu Amor.

Nuestro, ciertamente, pero no confusamente de todos. Dios ama a todos y a cada uno singularmente. Él es todo para mí cuando estoy en la prueba y en la necesidad, y todo mío cuando me llama. Si con el arrepentimiento, la vocación, la consolación.

El adjetivo no expresa posesión, sino una relación con Dios totalmente nueva, signada por la generosidad, según las enseñanzas de Cristo, que nos indica a Dios como común a más personas.

No existe sino un solo Dios, y es reconocido Padre por todos los que, mediante la fe en su Hijo unigénito, renacen de Él mediante el agua y el Espíritu Santo. Es la Iglesia, la nueva comunión de Dios y los hombres (Catecismo de la Iglesia Católica, 2786, 2790).

Que estás en el Cielo

Extraordinariamente otro respecto de mí, pero no lejano, más bien presente en todo, en la inmensidad del universo y en mi pequeñez cotidiana. Tu admirable creación. Esta expresión bíblica no significa un lugar, como puede ser el espacio, sino un modo de ser, no la lejanía de Dios, pero su majestad y si estás mi Dios más allá de todo, también estás cercanísimo a mi corazón humilde y contrito.

Santificado sea tu nombre

Quiere decir sea amado y respetado, por mí y por el mundo entero, y también lo sea a través de mí, en mi compromiso a dar el buen ejemplo y comunicar tu nombre también a quienes no lo conocen realmente.

Pidiendo “Santificado sea tu nombre”, entramos en el diseño de Dios: la santificación de su nombre, revelado a Moisés y luego a Jesús, por nosotros y en nosotros, como también en cada pueblo y en cada hombre. (Catecismo de la Iglesia Católica, 2858).

Cuando decimos: «Santificado sea tu nombre», Nos exhortamos nosotros mismos a desear que el nombre de él, siempre santo, sea considerado también santo entre los hombres, es decir no sea despreciado, sabiendo que el no despreciarlo no favorece a Dios, sino a los mismos hombres. (San Agustín, Carta a Proba).

Venga a nosotros tu reino

Se cumpla en nuestros corazones y en el mundo tu creación, la Esperanza Santa, en torno a nuestro Salvador Jesucristo.

Con esta petición la Iglesia mira principalmente al retorno de Cristo y a la venida final del Reino de Dios, y reza por el crecimiento del reino de Dios en el hoy de nuestras vidas. (Catecismo de la Iglesia Católica, 2859).

Hágase tu voluntad

Que es voluntad de Salvación, aún frente a nuestra incomprensión de tus caminos. Ayúdanos a aceptar tu voluntad, llénanos de confianza en Ti, danos la esperanza y la consolación de tu Amor y une nuestra voluntad a la de tu Hijo, para que se cumpla tu diseño de Salvación en la vida del mundo.

Nosotros somos totalmente incapaces de ello, pero, unidos a Jesús y con la potencia de Tu Espíritu Santo, podemos depositar en Él nuestra voluntad y deseos de elegir lo que siempre ha elegido Tu Hijo: hacer lo que más gusta al Padre. (Catecismo de la Iglesia Católica, 2860).

Así en la tierra como en el Cielo

Porqué el mundo, aún a través de nosotros, tus indignos instrumentos, sea plasmado a imitación del Paraíso, donde siempre se hace tu Voluntad, que es Paz verdadera. Amor infinito y eterna Santidad de tu rostro. (Catecismo de la Iglesia Católica, 2825-2826).

Cuando decimos: « Hágase tu voluntad, Así en la tierra como en el Cielo, «, pedimos la obediencia, para cumplir su voluntad, de la misma manera que es cumplida por los ángeles en el Cielo. (S. Agustín).

Danos hoy nuestro pan de cada día

Pan nuestro y de todos los hermanos, superando nuestro sectarismo y nuestros egoísmos. Danos lo verdaderamente necesario, para nutrir nuestro cuerpo y para nuestro sustento, y libéranos de los deseos inútiles.

Y más que nada danos el Pan de Vida, Palabra de Dios y Cuerpo de Cristo. Mesa eternamente preparada para nosotros y para muchos desde el principio de los tiempos  (Catecismo de la Iglesia Católica, 2861).

Cuando decimos: «Danos hoy nuestro Pan de cada día», con la palabra hoy entendemos “en el tiempo presente”, en el cual, o pedimos todas las cosas que nos bastan indicándole todas las cosas con el término “Pan”, qué entre ellas es la cosa más importante, o pedimos el sacramento de los fieles que nos es necesario en esta vida para conseguir la felicidad no ya de este mundo, sino la felicidad eterna (S. Agustín).

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Perdónanos nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden

Imploro por Tu Misericordia, consciente de que la Misericordia no puede entrar en mi corazón, si no se perdonar incluso a mis enemigos, con el ejemplo y la ayuda de Cristo.

Si, pues, al presentar tu ofrenda en el altar te acuerdas entonces de que un hermano tuyo tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí, delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego vuelves y presentas tu ofrenda. (Mt 5, 23-24) (Catecismo de la Iglesia Católica, 2862).

Cuando decimos: « Perdónanos nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden», pedimos poner nuestra atención en lo que debemos hacer en cuanto a perdonar siempre, para recibir la Gracia del Perdón (S. Agustín).




Y no nos dejes caer en la tentación

No nos abandones en medio de la calle que lleva al pecado, a lo largo de la cual, sin Ti, estaríamos perdidos. Tiende la mano y aférranos (cfr Mt 14,24-32),  envía tu Espíritu de discernimiento y de fortaleza y la Gracia de la Vigilancia y de la perseverancia final (Catecismo de la Iglesia Católica, 2863).

Cuando decimos: « Y no nos dejes caer en la tentación», nos movemos a pedir que, abandonados de su ayuda, no seamos engañados y no consintamos en alguna tentación, ni cedemos abatidos por el dolor (S. Agustín).

Más líbranos del mal

Junto a toda la Iglesia, Te pido oh Padre, manifestar la victoria, ya conseguida por Cristo, sobre el príncipe de este mundo, que se opone personalmente a Ti y a Tu diseño de Salvación, porque Tú puedes liberarnos de sus insidias y venenosas delicias, hasta que el príncipe de este mundo sea definitivamente derrotado en la Segunda Venida de Cristo (Catecismo de la Iglesia Católica, 2864).

Cuando decimos: «Más líbranos del mal», nos recordamos de reflejar que todavía no poseemos el bien por el cual no sufriremos ningún mal.

Estas últimas palabras de la Oración del Señor tienen un significado tan  profundo que un Cristiano llamado en cualquier tribulación se encuentra, al pronunciarlas emite gemidos, derrama lágrimas, aquí se detiene, aquí acaba su ruego (S. Agustín).

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