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ORACION A LA SANTA CRUZ

ORACION A LA SANTA CRUZ

Existen dos  fiestas dedicadas al culto de la Cruz:  El descubrimiento de la Santa Cruz, el 3 de mayo, y la Exaltación, el 14 de septiembre, que también es objeto de adoración en el Viernes Santo en particular y todos los viernes del año.

Se adora solemnemente la Cruz porque, habiendo sido Jesucristo clavado y muerto en ella en este día, la santificó con su sangre.

La adoración se debe a solo Dios, y por esto, cuando se adora la Cruz, nuestra adoración se refiere a Jesucristo, que murió en ella y no al objeto en sí mismo.

ORACION A  LA SANTA CRUZ

Oh Santa Cruz! Madero Hermoso en donde murió mi Señor para darme eterna luz y librarme del mal, ante ti me humillo y me postro para implorar a mi Señor Jesucristo que por los padecimientos que sobre ti recibió en su Santísima Pasión me conceda los bienes espirituales y corporales que me convengan.

Elevada ante el mundo, eres faro luminoso que congregas a tu alrededor a todos los cristianos para entonar cantos de Gloria al Cristo Rey, al Dios Hombre que siendo dueño de todo lo creado, permitió ser crucificado sobre Ti para la redención del género humano.

Sobre ti se produjo el asombroso misterio de la redención del mundo, desde entonces libra al cristiano de la culpa original, puede llamarse Hijo de Dios Eterno y aspira a la gloria celestial.

Bendita seas! por los siglos de los siglos, fuiste entre los paganos signo de valor y afrenta y hoy eres emblema del cristiano y esperanza para ser perdonado por el sublime sacrificio de mi Señor Jesucristo, a quien esperamos servir y honrar por toda la eternidad.

¡Santa Cruz de mi Jesús, que expiró para darnos luz, yo te doy mi reverencia, oh preciosa y Santa Cruz!.

El camino que nos marques en el mundo seguiremos, que a la Cruz siempre abrazados con su signo venceremos.

A tus pies hoy me encuentro, mi Divino Redentor. Haz que con tu santa paciencia, carguen en el mundo tu Cruz. Oh Dios Omnipotente que sufriste en la Cruz la muerte, para redimirnos de nuestros pecados.

Oh Santa Cruz de Jesucristo, sé mi verdadera luz. Oh Santa Cruz de Jesucristo, ten piedad de mí. Oh Santa Cruz de Jesucristo, sé mi esperanza. Oh Santa Cruz de Jesucristo, aleja de mí todo temor a la muerte.

Oh Santa Cruz de Jesucristo, derrama en mi alma el bien. Oh Santa Cruz de Jesucristo, aleja de mi todo mal.

Oh Santa Cruz de Jesucristo, hazme entrar en el camino de la salvación.

Oh Santa Cruz de Jesucristo, presérvame de todos los accidentes, temporales y corporales para que pueda adorarte siempre, así como a Jesús Nazareno a quién imploro para que tenga piedad de mí.

Haz que el espíritu maligno visible o invisible huya de mi por todos los siglos de los siglos.
Amén.

Jesús mío, por la amargura que sufriste por mí en la Santa Cruz, principalmente cuando Tu Alma tan sagrada se separó de Tu Cuerpo, ten piedad de mi alma cuando se separe de este mundo.

¡Oh Jesús! concédeme el valor necesario para soportar mi cruz a imitación Tuya, enséñame a llevar con paciencia todos los sufrimientos, que mi temor a ellos se convierta en virtud.

Que la Omnipotencia del Padre se digne a cubrirme con la sabiduría del Espíritu Santo.
Dígnate recibirme y conducir mi alma a la vida eterna.

Amén.

LA EXALTACIÓN DE LA SANTA CRUZ

La fiesta del Triunfo de la Santa Cruz se hace en recuerdo de la recuperación de la Santa Cruz cuando en el año 614, el emperador Heraclio, Cristiano, consiguió rescatarla de manos de los Persas que se la habían robado de Jerusalén.

Al retornar la Santa Cruz a Jerusalén, el emperador dispuso acompañarla en solemne procesión, pero vestido con todos los lujosos ornamentos reales, y en ese momento notó de que no era capaz de avanzar.

Allí fue que el Arzobispo de Jerusalén, Zacarías, le dijo: «Es que todo ese lujo de vestidos que lleva, están en desacuerdo con el aspecto humilde y doloroso de Cristo, cuando iba cargando la cruz por estas calles».

Entonces el emperador se despojó de su manto de lujo y de su corona de oro, y descalzo, empezó a recorrer así las calles y pudo seguir en la piadosa procesión.

La Santa Cruz,  fue partida en varios pedazos, con el objeto de evitar nuevos robos. Uno fue llevado a Roma, otro a Constantinopla, un tercero se dejó en un hermoso cofre de plata en Jerusalén. Otro se partió en pequeñísimas astillas para repartirlas en diversas iglesias del mundo entero, que se llamaron «Veracruz»(verdadera cruz).

Nosotros recordamos con mucho cariño y veneración la Santa Cruz porque en ella murió nuestro Redentor Jesucristo, y con las cinco heridas que allí padeció pagó Cristo nuestras inmensas deudas con Dios y nos consiguió la salvación.

A San Antonio Abad le sucedió que el demonio lo atacaba con terribilísimas tentaciones y cuentan que un día, angustiado por tantos ataques, se le ocurrió hacerse la señal de la Cruz, y el demonio se alejó. En adelante cada vez que le llegaban los ataques diabólicos, el santo hacía la señal de la cruz y el enemigo huía. Y dicen que entonces empezó la costumbre de hacer la señal de la cruz para librarse de males.

EL DESCUBRIMIENTO DE LA SANTA CRUZ

La Santa Cruz fue descubierta 3 siglos antes, por el emperador Romano Constantino, primero de ellos en abrazar la fe Cristiana, y adoptarla como religión oficial del imperio.

En una ocasión en que Constantino, enfrentaba a un ejército de casi doscientos mil combatientes, con un ejército mucho más reducido; y conociendo que necesitaba de auxilio superior para vencerle, dirigió su corazón y sus votos al Dios de los cristianos, cuyo poder no ignoraba, no cesando de invocarle todo el tiempo que duró la marcha.

Era la mitad del día, que había amanecido muy despejado y sereno, cuando vio en medio del aire una resplandeciente cruz más brillante que el mismo Sol, con una inscripción que decía así: In hoc signo vinces: vencerás en virtud de esta señal.

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Aquella misma noche se apareció Cristo a Constantino con el mismo sagrado símbolo que se le había descubierto en el cielo, y le mandó que, haciendo copia , se sirviese de él en los combates.

Obedeció el Emperador; y dando orden para que viniesen a su tienda los más hábiles lapidarios y plateros, les explicó la figura de la insignia que quería fabricasen, ordenándoles que la hiciesen de oro y la esmaltasen con las más preciosas piedras.

Era una cruz de oro de la altura de una pica, enriquecida de preciosísimas piedras, cuya parte superior terminaba en una cifra o monograma que explicaba el nombre de Jesucristo, acompañado de la primera y última letra del alfabeto griego, para significar que Cristo es principio y fin de todas las cosas.

Mientras tanto, salió Majencio de Roma con su formidable ejército, compuesto de más de ciento ochenta mil combatientes.

Constantino, lo derrotó, lleno de confianza en la Cruz de Jesucristo; Abrió Roma sus puertas al vencedor; y, para eternizar este testimonio de que había debido la victoria a la virtud de la Santa Cruz, mandó hacer una estatua suya en la misma Roma con el trofeo de nuestra Redención en su imperial mano y con una inscripción, que acreditaba su fe y su reconocimiento.

Su piadosa Madre, Santa Elena, un tiempo más tarde, subió al monte Gólgota, llena de deseos de encontrar el sagrado madero donde se obró nuestra redención, venció todas las dificultades que podían acobardarla.

Dio principio a la obra, mandando demoler el templo y el ídolo; hizo sacar toda la tierra, y, guiándose por la tradición antigua, mandó cavar tan adelante, que al fin se descubrió el Santo Sepulcro, y junto a él tres cruces del mismo tamaño y de la misma figura.

Era imposible distinguir cuál de las tres cruces era la del Salvador, porque el título que Pilatos había mandado poner sobre ella, Jesús Nazareno, rey de los Judíos, estaba separado y en medio de las tres cruces; y aunque ésta parecía bastante prueba de que una de las tres era la que se buscaba.

Viéndose la santa Emperatriz con este embarazo, consultó con San Macario lo que se debía hacer; y el santo obispo fue de parecer que se aplicasen todas tres cruces a algún enfermo, no dudando que Dios declararía con algún milagro cuál de ellas era la verdadera cruz del Salvador.

Se aprobó este plan, y, habiéndose aplicado las dos a una mujer que estaba agonizando, no se vio efecto alguno; pero, apenas se le aplicó la tercera, quedó repentinamente sana, a vista de innumerable gentío que fue testigo de esta maravilla.

Aún se hizo después otra prueba.

Se pusieron sobre las tres cruces tres cadáveres, y solamente resucitó el que se tendió sobre aquella cuyo contacto había sanado a la enferma agonizante; y con esta experiencia se comenzó desde luego a rendir al trofeo de nuestra redención el culto que se le debía.

Mandó la piadosa Emperatriz que se edificase una suntuosa iglesia en el mismo sitio donde se había hallado la Santa Cruz; y dejando en ella la mitad del sagrado madero engastado en preciosísimas piedras, llevó la otra mitad a su hijo Constantino, que la recibió con singular veneración.

Persuadido este grande Emperador a que no podía enriquecer su nueva ciudad de Constantínopla con joya más estimable, ordenó se embutiese una considerable porción de ella en la misma estatua suya que se dejaba ver en medio de la plaza colocada sobre una magnífica columna de pórfido, con una manzana de oro en la mano derecha y con esta inscripción en el pedestal: Cristo, mi Dios, yo te encomiendo esta ciudad.

Lo restante de la sagrada Cruz fue enviado a Roma por el mismo Emperador y colocado en la suntuosa iglesia que hizo edificar expresamente a este fin con el título de Santa Cruz en Jerusalén.

El descubrimiento de la Santa Cruz es una fiesta en memoria del hallazgo que hizo Santa Elena , madre de Constantino, en Jerusalén.

Recordando también que su hijo venció en batalla a Majencio, luego de una visión de la  Santa Cruz .

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