Nuestra felicidad con el poder de Dios

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LA FELICIDAD, REFLEXIONES Y CONSEJOS PARA ALCANZARLA EN ESTA VIDA Y EN LA FUTURA…. UNA FELICIDAD SIN FIN:
¿Somos felices cuando estamos bien, cuando nos sentimos bien, o somos felices cuando en nosotros esta el único grande y verdadero bien?

Podemos pasar la vida entera sufriendo por las cosas que no tenemos, por como nos hacen sentir los demás, o por como nos sentimos con nosotros mismos, o podemos descubrir una verdad que toda la creación dice a gritos: No seremos felices, hasta que no pongamos a Dios en el primer lugar en nuestras vidas, y ordenemos nuestras intenciones, acciones y actividades a servir y alabar a Dios en primer lugar, y todo lo demás quererlo y hacerlo por amor a Dios.

Estas que parecen palabras que se dicen, propósitos difíciles de alcanzar, no lo son para Dios, porque su Gracia todo lo puede, y si rezamos y no nos concede lo que pedimos es porque no lo hacemos de esta manera.

Queremos forzar a Dios a que nos de cosas, o haga que otras personas nos hagan sentir de tal o cual manera, pero Dios no quiere que pongamos nuestro corazón en las cosas, o que hagamos depender nuestras alegrías de otras criaturas, sino que nos pide confiar en Él, y pedirle que aleje de nosotros todo amor que no sea el amor a Dios.

Sólo pasando por el amor a Dios, aprenderemos a usar las muchas o pocas cosas que Dios nos de con espíritu agradecido, con alegría por cada día de vida, cada día que es una oportunidad para escuchar a Dios, conocerlo más y amarlo más, y con este tesoro alcanzar la vida eterna, en una gloria inmensa que no tiene fin.

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La felicidad entonces no será un hilo delgado, que a la menor tensión se corta.

Sin darle a Dios el lugar que tenemos que darle, el mundo nos dice cuánto valemos cada uno, midiéndonos y comparándonos con otros.

El mundo nos dice cuánto valemos según cuánto tengamos, a que cosa nos dediquemos o cuánto sepamos.

El mundo nunca mira quienes realmente somos, porque sólo Dios lo sabe, y sólo en relación a Dios somos. Si Dios no existiera, nosotros no existiríamos. Si en nuestra vida no damos lugar a Dios sólo somos un sombra que se mueve en medio de la oscuridad.

Lo que alguien tiene (la cartera, el bolígrafo, la buena fama), lo puede dejar de tener, porque lo pierde o porque otro se lo quita.

Es muy difícil ser feliz si no se tiene lo elemental para sobrevivir. Pero la dignidad no la determina cuánto tenemos, sino como somos capaces de con poco, no necesitar más que las consolaciones que vienen de Dios.

La felicidad no está en el tener, sino en el hacer. No como el mundo ve nuestra actividad, sino como Dios la ve.

Porque para el mundo existen los que son «más importantes» según su trabajo o ocupación , pero para Dios todo lo que hagamos es importante si lo hacemos con Amor, y con los ojos puestos en el cielo.

Hoy se tiende a mirar y a hacer todo en orden al “bienestar” (paganismo), al “biensentirse” (Nueva Era), a la utilidad y a la eficacia. Estamos perdiendo el sentido Cristiano de la alabanza, de la gratuidad, del gozo, del misterio de Dios, en una palabra, de la contemplación de las verdades que nuestro Señor Jesucristo nos ha enseñado con su palabra, con su ejemplo, y que aún hoy nos enseña en la Eucaristía..

San Agustín nos dice: “Todo hombre, quienquiera que sea, desea ser feliz. No hay nadie que no lo desee, ni que no lo desee por encima de las demás cosas. Más aún, todo el que desea cualquier otra cosa, la desea con la mirada puesta en la felicidad”. 

El hombre ha sido creado para ser feliz. Dios quiere hacernos felices. Jesucristo mismo se encarnó para hacernos partícipes del Amor y Bienaventuranza, de la Felicidad, que es Dios. La felicidad es “el bien supremo”.

Desde la fe cristiana, sabemos que la felicidad verdadera, definitiva y plena es la bienaventuranza o felicidad eterna en Dios. Más acá de la muerte, la felicidad no es plena ni definitiva y casi siempre está “crucificada”, es decir, entreverada de malestar, frustraciones, fracasos, dolencias, en una palabra de desgracias e infelicidad. Además, la confundimos fácilmente con el placer que es transitorio y nunca plenamente satisfactorio.

El problema de hoy, es que tantas veces, distraídos por tantas cosas accesorias, nos olvidamos de lo principal

-¿Quién es Jesucristo para ti?

-Háztela tú mismo en un momento de reflexión: ¿Quién es Jesucristo para mí?

-Pregúntasela a Él en un rato de oración ante Él realmente presente en el sagrario: ¿Señor, tú, que me conoces mejor que yo mismo, quién eres tú para mí?

Y pídele la gracia de conocerlo en la oración, de buscarlo en su Palabra viva, en su misa, en sus mandamientos, de querer escucharlo y seguirlo, de ser contemplativo de sus misterios.

La oración de los cristianos, será cristiana en la medida que sea oración personal en diálogo con Dios creador, redentor, santificador, destino y felicidad eterna del hombre, criatura e hijo en el Hijo: Jesucristo, quien vino al mundo y se hizo hombre para que el hombre se hiciera hijo de Dios, cumpliendo la voluntad del Padre, o mejor “Papá”. 

Y de esta oración, y de la misa, debemos encontrar una misión para cada uno. Un llamado de Dios que nos envía a nuestros hermanos. Hacernos responsables de nuestra alma. Y para salvar nuestra alma debemos ocuparnos de llevar el testimonio de una vida de acuerdo a la voluntad de Dios para poner nuestro granito de arena para salvar a nuestros hermanos.

El Papa Francisco en su discurso a los jóvenes en la Jornada Mundial de la Juventud, Cracovia 2016, nos llama a salir de este estado de indiferencia hacia los demás y hacia Dios. Los católicos, si queremos serlo de verdad, tenemos que “calzarnos los zapatos” y permanecer “en salida” La Iglesia o es apostólica, misionera, anunciadora de “la alegría del Evangelio”, evangelizadora de palabra y de obra del Crucificado y Resucitado, o no es la Iglesia de Jesucristo.

Tenemos que confiar nuestra felicidad a Dios, y hacer cada uno lo que pueda (ponerse de puntillas, levantar los brazos) y confiar plenamente en nuestro Padre Dios, que es todopoderoso y misericordioso y nos abrazará con su ternura.

La felicidad que no se acaba, la podemos empezar a gozar en este mundo, suplicando a Dios su Gracia, y actuando según su voluntad con Amor.

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