Mi amado Jesús, mi fuerza, mi salvación, hoy te pido por mí, y por mis seres queridos que sufren la enfermedad, para que si es posible recupere/n la salud; Tú que tantas milagrosas curaciones realizaste en tu paso por la tierra y nos dijiste:
«Vayan a anunciar lo que están viendo y oyendo: los ciegos ven y los cojos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan» (Mt 11,4-5).
Si es tu voluntad devuélvenos la salud! Si es tu voluntad reconfórtanos!
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Te pido también algo más grande que la salud física: pido la paz, la serenidad de la vida que parte del corazón y que es don de Dios, Señor esto no se lo niegas a ninguno si te lo pide con confianza.
Yo te ofrezco mi cansancio y sufrimientos, tanto como ayudante del que sufre o como el propio enfermo, cargo sobre mis propios hombros la cruz de cada día y te sigo Jesús; y me ayudas a encontrarle sentido al dolor.
Señor, renuévame, fortaléceme, lléname de tu amor y dale sentido a mi vida, para que en Ti y en tus caminos seamos plenos en tus promesas de eternidad. Todo con la ayuda de María, Tú haces que el agua de nuestras vidas se transforme en vino nuevo.
Encomiendo a la intercesión de la Virgen mis ansias y tribulaciones, junto con mis alegrías y consolaciones, y dirijo a Ella mi oración, para que vuelva sus ojos misericordiosos, especialmente en los momentos de dolor, y me haga digno de contemplar hoy y por toda la eternidad el Rostro de la misericordia, su Hijo Jesús.
Amén.
Efectos admirables de la palabra y del poder del Redentor (Catecismo Mayor de Pío X):
98. Comúnmente, después de sus discursos, le presentaba enfermos de todas clases: mudos, sordos, tullidos, ciegos, leprosos, y El a todos les devolvía la salud.
No sólo en las sinagogas iba derramando sus gracias y mercedes, sino en cualquier lugar donde se hallaba, en presentándose ocasión, socorría a los desgraciados que en gran número le llevaban de toda Palestina y regiones comarcanas, esparciéndose hasta la Siria la fama de sus milagros.
Llevábanle especialmente poseídos del demonio, de los cuales había no pocos en aquel tiempo y Él los libraba de los espíritus malignos, que salían gritando: ¡Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios!
99. Dos veces, con unos pocos panes milagrosamente multiplicados, dejó hartas y satisfechas a las turbas que le seguían por el desierto; a las puertas de la ciudad de Naím resucitó al hijo de una viuda que llevaban a enterrar, y poco antes de su Pasión resucitó a Lázaro, que hedía ya en la sepultura, pues era muerto de cuatro días.
100. Infinito es el número de milagros, muchos de ellos famosísimos, que obró en los tres años de su predicación, para demostrar que hablaba como enviado de Dios, que era el Mesías esperado por los Patriarcas y vaticinado por los Profetas, que era el mismo Hijo de Dios.
Tal se manifestó en su transfiguración por el resplandor de su gloria y por la voz del Padre que se proclamaba su Hijo muy amado.
A la vista de, tales milagros, muchos se convertían y le seguían, muchos le aclamaban y alguna vez le buscaron para hacerle rey.
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Nuestra Señora del Buen Consejohttps://t.co/UD3g19SbdS— Santa Virgen María (@santavirgenSVM) April 24, 2017