Esta Santa comprendió que el amor abraza toda la realidad de Dios y del hombre, del cielo y de la tierra, de la Iglesia y del mundo. Jesús siempre es el primer sitio en su vida, según su bonita expresión: «Servir primero siempre a Dios»
ORACION A SANTA JUANA DE ARCO
Santa Juana de Arco, joven virgen que con gran valor te pusiste en manos de Dios para hacer su voluntad hasta la muerte, por tu pasión, te pido que intercedas por mi ante aquel que te ha llenado de gloria.
Tu que inspirada por el Espíritu Santo y asistida por San Miguel Arcángel y por la Santísima Virgen María, peleaste por la libertad, por la justicia y por el bien de tu pueblo, haz que yo pueda vencer todos los imposibles de mi vida aquí en la tierra; dame valor…
Tu sabes las necesidades de mi corazón, fortalece mi fe, para que pueda llevar el evangelio a toda las almas, aún a aquellas que rechazan a Cristo, y eso signifique para mí, persecuciones y sufrimientos. Dame la virtud, el valor de hacerlo sin desviarme del camino.
Tu santa Virgen, que hasta el final gritaste el santo nombre de Jesús, haz que viva con la gracia de Dios, de tenerlo presente en mi corazón, en mis actos, en mi mente, todos los días hasta el final de mi vida.
Y concédeme que ese amor tan grande por Jesús, también lo de por los que amo, que sea capaz de dar la vida por mi prójimo, en nombre de mi amado Jesucristo.
Jesús, amado Jesús, que se haga siempre tu santa voluntad! Yo quiero servirte siempre primero a ti, como lo hizo santa Juana.
Amén.
LA VIDA DE SANTA JUANA DE ARCO
Santa Juana fue una joven del fin del Edad Media, fallecida a los 19 años, en el 1431. Esta santa francesa, citada muchas veces en el Catecismo de la Iglesia Católica, está particularmente cercana a santa Catalina de Siena, patrona de Italia y Europa. Son en efecto dos jóvenes mujeres del pueblo consagradas a Dios, dos místicas ocupadas, no en el claustro, sino entre las realidades más dramáticas de la Iglesia y el mundo de su tiempo. Son quizás las figuras más características de aquellas «mujeres fuertes» que, al final del Edad Media, llevaron sin miedo la gran luz del Evangelio en los complejos hechos de la historia.
Podríamos acercarla a las santas mujeres que quedaron sobre el Calvario, cerca de Jesús crucificado y a María su Madre, mientras que los Apóstoles huyeron y el mismo Pedro lo negó tres veces.
La Iglesia, en aquel período, vivió la profunda crisis del gran cisma de occidente, casi durate 40 años. Cuando Catalina de Siena muere, en el 1380, hay un Papa y un Antipapa; cuándo Giovanna nace, en el 1412, hay un Papa y dos Antipapa. Junto a esta laceración dentro de la Iglesia, hubieron continuas guerras entre los pueblos cristianos de Europa, la más dramática fue la interminable «Guerra de los ciento años» entre Francia e Inglaterra. Juana de Arco no supo ni leer ni escribir, pero puede ser conocida su alma con más profundidad gracias a dos manantiales de excepcional valor histórico: los dos Procesos que la conciernen. El primero, el Proceso de Condena, contiene la transcripción de los largos y numerosos interrogatorios de Juana durante los últimos meses de su vida, febrero-mayo de 1431, y contiene las palabras mismas del Santa. El segundo, es el Proceso de Nulidad de la Condena, o de «rehabilitación», el cual contiene las declaraciones de aproximadamente 120 testigo presenciales de todos los períodos de su vida.
El Nombre de Jesús, invocado por nuestra Santa hasta en los últimos instantes de su vida terrenal, fue como la continua respiración de su alma, como el latido de su corazón, el centro de toda su vida. El «Misterio de la caridad de Juana de Arco», es este total amor de Jesús, y del prójimo en Jesús y para Jesús. Esta Santa comprendió que el amor abraza toda la realidad de Dios y del hombre, del cielo y de la tierra, de la Iglesia y del mundo. Jesús siempre es el primer sitio en su vida, según su bonita expresión: «Servir primero siempre a Dios»
Amarlo significa siempre obedecer su voluntad. Ella afirma con total confianza y abandono: Me encomiendo a Dios a mi Creador, lo quiero con todo mi corazón».
Con el voto de virginidad, Juana consagra de modo exclusivo a toda su persona al único Amor de Jesús: es «su promesa hecha a Nuestro Dios de custodiar bien su virginidad de cuerpo y alma». La virginidad del alma es el estado de gracia, valor supremo, por ella más preciada que la vida: es un regalo de Dios que debe ser recibido y custodiado con humildad y confianza. Uno de los textos más conocidos del primer Proceso dice propiamente esto: «Interrogada, se declara estar en gracia de Dios, ella contesta: Si no estoy, Dios me quiera poner; si estoy, Dios me quiera custodiar en ella».
Nuestra Santa vive la oración en forma de un diálogo continuo con Dios, que ilumina también su diálogo con los jueces y le da paz y seguridad. Ella pregunta con confianza: «Dulce Dios, en honor a tu santa Pasión, te pido, si me quieres, revélame cómo tengo que contestarles a estos hombres de la Iglesia». Jesús es contemplado por Juana como el «Rey del Cielo y de la Tierra.» Así, sobre su estandarte, Juana hizo pintar la imagen de Nuestro Dios que tiene el «mundo», ícono de su misión política. La liberación de su pueblo es una obra de justicia humana, que Juana cumple en la caridad, por amor a Jesús.
El suyo es un bello ejemplo de santidad para los laicos ocupados en la vida política, sobre todo en las situaciones más difíciles. La fe es la luz que guía cada elección, como testimoniará, un siglo más tarde, otro grande santo, el inglés Tomás Moro. En Jesús, Juana también contempla toda la realidad de la Iglesia, la «Iglesia triunfante» del Cielo como la «Iglesia militante» de la tierra. Según sus palabras «es uno todo,Dios Nuestro y la Iglesia». Esta afirmación, emplazada en el Catecismo de la Iglesia Católica, n. 795, tiene un carácter realmente heroico en el contexto del Proceso de Condena, frente a sus jueces, hombres de Iglesia, que la persiguieron y la condenaron. En el amor de Jesús, Juana encuentra la fuerza de querer la Iglesia hasta al final, también en el momento de la condena.
Me gusta recordar como a santa Juana de Arco tuvo un profundo influjo sobre una joven Santa de la época moderna: Teresa del Niño Jesús. En una vida completamente diferente, pasada en la clausura, la carmelita de Lisieux se sintió muy cercana a Juana, viviendo en el corazón de la Iglesia y participando en los sufrimientos de Cristo por la salvación del mundo. La Iglesia las ha reunido como Patronas de Francia, después de la Virgen María. Santa Teresa expresó su deseo de morir como Juana, pronunciando el Nombre de Jesús, y fue animada por el mismo gran amor hacia Jesús y al prójimo, experimentado en la virginidad consagrada.
Queridos hermanos y hermanas, con su luminoso testimonio, santa Juana de Arco nos invita a una medida alta de la vida cristiana: a hacer de nuestra oración el hilo conductor de nuestro días; tener plena confianza en cumplir la voluntad de Dios, cualquiera ella sea; vivir la caridad sin favoritismos, sin límites y sacando, como ella, en el amor de Jesús un profundo amor por la Iglesia.
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