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ORACION AL SEÑOR DE LOS MILAGROS

ORACION AL SEÑOR DE LOS MILAGROS

Amadísimo Señor de los Milagros, hasta tu presencia he venido para confiarte nuestros problemas y nuestras dolencias.

Con la misma fe de la mujer que se acercó para tocar el borde de tu manto y que fue curada porque creyó, así nosotros nos postramos ante ti y te decimos desde el fondo del alma: «Señor, si quieres puedes curarnos».

Tú sigues obrando maravillas y sanando los enfermos, porque Tú has asumido nuestras debilidades y cargado nuestros sufrimientos. Concédenos, pues, la gracia que hemos venido a implorarte.

(Pausa de silencio para expresarla gracia que se pide).

Sabemos bien que tu corazón se conmueve al vernos tan afligidos y desorientados, como ovejas que no tienen pastor. Tú eres nuestro buen Pastor, el que ha dado la vida por las ovejas.

Tu victoria sobre la muerte y en la resurrección es la mejor garantía para nuestra victoria sobre todo lo que tiene la marca del pecado, es decir, el egoísmo, la injusticia, la violencia, el dolor y la muerte.

Que tu Espíritu santificador nos haga partícipes del triunfo sobre el mal y testigos de la novedad de vida en el amor.

Misericordioso Jesús crucificado, te alabamos, te bendecimos y te damos gracias. Que seamos protegidos con tu bendición constante, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

Amén.

Cristo es Dios y es el único que hace milagros. Por eso es EL SEÑOR DE LOS MILAGROS.

El Señor de los Milagros de Perú:

El Señor de los Milagros de las Nazarenas, más comúnmente llamado Señor de los Milagros, es una imagen de Jesucristo originalmente pintada en una pared de adobe, ubicada tras el Altar Mayor del santuario de Las Nazarenas de Lima (Perú) y venerada en Lima y diversas partes del mundo.

La imagen fue pintada durante el siglo XVII por un esclavo originario de Angola que fue llevado al Perú. La festividad del Señor de los Milagros es la principal celebración católica en el Perú y una de las procesiones más grandes del mundo.

Testimonios milagrosos:

El milagro de Manuel:

Manuel Díaz, es uno de los 60 devotos que pertenecen a la cuadrilla N° 8 del Señor de los Milagros. Este es uno de los grupos más antiguos de la hermandad.

Según sus compañeros, Manuel ingresó hace tres años, pero algo le aquejaba y preocupaba en su vida, y es que años atrás le detectaron un tumor en la columna, enfermedad que según los médicos le dejaría paralítico si la intervención quirúrgica a la que se sometería fallara.

Pero algo milagroso ocurrió en 2013. Cuando Manuel llegó a cargar el anda del Señor de los Milagros, sin explicación alguna, los dolores y el tumor misteriosamente habían desaparecido .

El milagro de Hildebrando

«Una mañana me levanté con un dolor insoportable en el ojo izquierdo. Me sobaba y cada vez se me nublaba más la vista. Mi esposa me aconsejó que vaya al médico al día siguiente.

Cuando desperté, sentí un pequeño tumor en el ojo. El doctor me dijo que estaba a punto de perder la vista, y que debía operarme con urgencia.»

El problema era que no estaba en condiciones de pagar esa operación. Por eso engañé al médico, le dije que tenía que viajar, así me daría tiempo para recolectar el dinero de la operación.

Me dio solamente 24 horas de plazo y me advirtió que si me caía polvo me iba a quedar ciego del ojo izquierdo. Me regresé a casa, veía muy poco con el ojo izquierdo, me arrodillé ante la imagen del Señor de los Milagros y le dije llorando:

‘Señor, dame un tiempito hasta que yo pueda reunir mi plata para poderme operar’.

Luego recuerdo que llegó el 18 de octubre y me alistaba para ir a la procesión. Me levanté a las cinco de la mañana y, frente al espejo, otra vez veía bien con los dos ojos.

Grité: ¡mi vista!, ¡Negra, mi vista! Tengo 77 años y hasta ahora veo muy bien. Yo he sido devoto del Señor de los Milagros desde los 13 cuando vine a Lima por encargo de mi padre para que me vaya mejor que donde vivíamos en Piura.

A mi familia siempre le han ocurrido milagros. Cuando mi nieto tenía tres años se resbaló del segundo piso y calló en el patio. Yo estaba en la sala con mis hijos, hasta que un niño tocó la puerta de la casa y nos avisó. Yo les grité a mis hijos por la desatención y bajé al patio.

Ahí vi a mi nieto, su cuerpecito en el piso. Sin preguntarle nada a mi hija, cargué a mi nieto y lo llevé a la posta médica. Pero estaba cerrada. No sabía qué hacer. Estaba realmente desesperado.

Regresé a la casa y mi hija se lo llevó junto con su esposo al hospital. Yo me quedé solo en la casa llorando. Me sentía impotente. Ahí fue que me arrodillé de nuevo ante el Señor y le rogué:

‘Señor, llévame a mí, pero no te lleves a mi nieto. Él recién va a vivir. Que no me le pase nada’.

De ahí me fui a la cama, pensando en la salud de mi nieto. No pude dormir. No podía. Y peor que mi hija no llamaba a la casa para avisar algo. Por lo que pensé lo peor.

Creí que ya era demasiado tarde. No me di cuenta en qué momento me quedé dormido, pero al día siguiente me despertaron con una llamada al teléfono de la casa. Ahí me di cuenta que mi hija no había regresado. Era ella y me decía que mi nieto había resultado ileso. Le habían tomado todas las placas y exámenes posibles.

Imagínate, se cayó del segundo piso y estaba ileso. En ese momento, me puse a llorar y besé la imagen del Señor.

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