¿Porqué sufren los humildes e inocentes?
¿Porque Dios permite esto? Un gran Santo nos lo aclara con la palabra de Dios…
Alguien podrá decir: «¿Por qué han alcanzado un favor divino, una situación feliz en este mundo los malos y egoístas que viven de espalda a Dios?».
Es la escritura la que nos habla de Dios como: «quien hace salir diariamente el sol sobre buenos y malos, y hace llover sobre justos y pecadores».
Sí, como dice el Apóstol San Pablo, en su carta a los Romanos cap 2:
«3 Tú que juzgas a los que hacen esas cosas e incurres en lo mismo, ¿acaso piensas librarte del Juicio de Dios? 4 ¿O desprecias la riqueza de la bondad de Dios, de su tolerancia y de su paciencia, sin reconocer que esa bondad te debe llevar a la conversión? 5 Por tu obstinación en no querer arrepentirte, vas acumulando ira para el día de la ira, cuando se manifiesten los justos juicios de Dios, 6 que retribuirá a cada uno según sus obras. 7 El dará la Vida eterna a los que por su constancia en la práctica del bien, buscan la gloria, el honor y la inmortalidad. 8 En cambio, castigará con la ira y la violencia a los rebeldes, a los que no se someten a la verdad y se dejan arrastrar por la injusticia. 9 Es decir, habrá tribulación y angustia para todos los que hacen el mal… 10 Y habrá gloria, honor y paz para todos los que obran el bien… 11 porque Dios no hace acepción de personas.»
La paciencia de Dios está invitando a la conversión a los malos, y el azote de Dios a los buenos les enseña la paciencia.
Asimismo, la misericordia de Dios rodea amorosamente a los buenos para animarlos, y la severidad de Dios corrige a los malos para castigarles.
En la misma divina Providencia, está el disponer para la otra vida bienes a los buenos que no disfrutarán los pecadores, y males a los impíos que no sufrirán a los justos.
Dios, ha querido que estos bienes y males aquí en esta vida pasajera, sean comunes a todos, para que no busquemos ansiosamente los bienes terrenales, cosas y placeres, que poseen también de los malos; ni que pongámos nuestra fuerza en evitar como algo vergonzoso, los males que con mucha frecuencia sufren tantos buenos.
Lo que más nos interesa aquí es la postura personal, tanto ante las cosas que llamamos «prósperas» o deseables, como ante las que vemos adversas.
Porque el hombre de bien no se llena de soberbia por poseer bienes terrenales, ni se deprime y se rinde por sufrir los males de este mundo.
Y por el contrario, el malvado sufre el castigo de la desgracia que le llega en este mundo, porque con la prosperidad material o para conseguirla, cae en la corrupción.
Sin embargo, Dios, en la distribución de bienes y males, muchas veces hace más ver en forma clara su intervención.
Porque si ahora castigara cualquier pecado con consecuencias claras, podríamos creer que no reserva nada para el día del juicio final. Al contrario, si ahora dejase impunes todos los pecados, creeríamos que no existe la Providencia divina.
Lo mismo pasa con las cosas prósperas de esta vida: si Dios no se las concediera con abierta generosidad a algunos de los que cuando rezan piden prosperidad, podríamos decir que el Señor no tiene el poder de hacerlo si quiere; y si las concediera a todos cuantos se las piden, llegaríamos a pensar que sólo debemos rezarle y servir a Dios por un interés mezquino, esperando un premio material en esta vida. Y un servicio así, lejos de hacernos más santos, nos volvería más ambiciosos, más avaros.
De esto se deduce, que no porque buenos y malos hayan sufrido las mismas pruebas, vamos a negar la distinción entre ellos, que viene de la justicia de Dios.
Porque hay pruebas tanto para buenos como para malos, y muchas veces son mas las pruebas de los buenos, pero la manera de afrontar estas pruebas es la que hace tan distinta la situación de unos y otros.
Y aunque estén sufriendo el mismo tormento, no deje de ser muy distinto el responder desde la virtud y el hacerlo desde el vicio.
Con un mismo fuego brilla el oro y humea la paja; como bajo un mismo rastrillo se tritura la paja y el grano se limpia; con una misma prensa se saca el aceite de oliva, como los residuos de la aceituna que no sirven y se tiran, de igual modo un mismo golpe, cayendo sobre los buenos, los somete a prueba, los purifica, los afina en el espíritu; y también espiritualmente condena, arrasa y extermina a los malos.
De aquí que, en idénticas pruebas, los malos abominan y blasfeman de Dios; en cambio, los buenos le suplican y se mantienen alabando a Dios, como el Santo Job.
Es que lo que verdaderamente interesa: no es la clase de sufrimientos, sino cómo los sufre cada uno.
Porque el mismo movimiento que del barro podrido hace salir un olor insoportable, nos hace sentir el la suave fragancia del perfume.
Podemos concluir con la Carta de San Pablo a lo Romanos 8: 28: «Sabemos que todas las cosas (buenas y malas) cooperan para el bien de los que aman a Dios, de los que son llamados según su designio.»
Adaptado y resumido de La Ciudad de Dios de San Agustín de Hipona, Libro I, Capítulo VIII. La Conclusión la sacamos de la cita que el mismo Santo hace en el siguiente capítulo.
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