ORACIÓN ANTES DE LA CONFESIÓN

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Mírame amado y buen Jesús, soy un pecador, postrado lleno de confianza ante tus pies.

Mis pecados me llenan de temor y no encuentro otro refugio que tu divino Corazón, que devuelve la confianza otra vez a mi alma.

Soy, en verdad el más ingrato de tus hijos, que tan mal ha correspondido a tu amor, ofendiéndote a ti, que sos mi Padre misericordioso.

Ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo. Pero mi pobre corazón no puede vivir sin ti.

Merezco un juez severo; pero en vez de esto, encuentro un Dios, lleno de ternura y amor, clavado en la cruz, por mi bien, y con los brazos abiertos, dispuesto a recibirme, cual Padre amoroso.

Tus llagas me invitan al arrepentimiento y hablan a mi pobre corazón: vuelve, hijo mío, vuelve a Mi, arrepiéntete y no dudes de mi amor y de mi perdón.

Dame un poco de aquel conocimiento y de aquel dolor que tu tienes de mis pecados, cuando en el huerto de los Olivos sudaste sangre a la vista de ellos, y caiste como muerto sobre tu sagrado rostro, para que yo comprenda el peso y la malicia del pecado y tenga un verdadero dolor.

Ilumina mi entendimiento para que conozca claramente mis pecados.

Fortalece mi voluntad para aborrecer mis pecados y arrepentirme de todos ellos.

Oh María, Madre de los dolores, ayúdame en esta grande tribulación de mi alma.

Angel de mi guarda, santos , rueguen por mí, para que haga una buena confesión.

Amén

Puedes leer también aquí:

Algunas reflexiones del Papa Emérito Benedicto XVI sobre la confesión:

Los sacramentos y el anuncio de la Palabra, en efecto, jamás se deben concebir separadamente; al contrario, «Jesús afirma que el anuncio del reino de Dios es el objetivo de su misión; pero este anuncio no es sólo un “discurso”, sino que incluye, al mismo tiempo, su mismo actuar.

Los signos, los milagros que Jesús realiza indican que el Reino viene como realidad presente y que coincide en última instancia con su persona, con el don de sí mismo (…).

El sacerdote representa a Cristo, al Enviado del Padre, continúa su misión, mediante la “palabra” y el “sacramento”, en esta totalidad de cuerpo y alma, de signo y palabra» (Audiencia general, 5 de mayo de 2010).

. En la Confesión el pecador arrepentido, por la acción gratuita de la misericordia divina, es justificado, perdonado y santificado; abandona el hombre viejo para revestirse del hombre nuevo.

Sólo quien se ha dejado renovar profundamente por la gracia divina puede llevar en sí mismo, y por lo tanto anunciar, la novedad del Evangelio. (SS. Benedicto XVI, 9 de marzo de 2012).

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