Salve cuerpo de Cristo, nacido de la Santa Virgen carne viva, divinidad íntegra, hombre verdadero.
Salve, verdadera salvación, camino, vida, redención del mundo, que tu derecha nos libere de todo mal.
Salve, sangre de Cristo, bebida santísima del cielo, manantial de salvación, que lava nuestros pecados.
Salve sangre derramada de la herida del costado de Cristo colgado de la cruz, precio de nuestra salvación
Amén.
Biografía de SAN ANSELMO.
MAESTRO DE ORACIÓN
San Anselmo nació en 1033 en Aosta, primogénito de una familia noble.
Su padre era un hombre rudo, dedicado a los placeres de la vida y dilapidador de sus bienes; su madre, en cambio, era mujer de elevadas costumbres y de profunda religiosidad.
Fue ella quien cuidó de la primera formación humana y religiosa de su hijo, que encomendó después a los benedictinos de un priorato de Aosta.
San Anselmo, que desde niño —como narra su biógrafo— imaginaba la morada de Dios entre las altas y nevadas cumbres de los Alpes, soñó una noche que era invitado a este palacio espléndido por Dios mismo, que se entretuvo largo tiempo y afablemente con él y al final le ofreció para comer “un pan blanquísimo” (ib., col. 51). Este sueño le dejó la convicción de ser llamado a cumplir una alta misión.
A la edad de quince años pidió ser admitido en la Orden benedictina, pero su padre se opuso con toda su autoridad y no cedió siquiera cuando su hijo, gravemente enfermo, sintiéndose cerca de la muerte, imploró el hábito religioso como supremo consuelo.
Después de la curación y la muerte prematura de su madre, san Anselmo atravesó un período de disipación moral: descuidó los estudios y, arrastrado por las pasiones terrenas, se hizo sordo a la llamada de Dios. Se marchó de casa y comenzó a viajar por Francia en busca de nuevas experiencias.
Después de tres años, al llegar a Normandía, se dirigió a la abadía benedictina de Bec, atraído por la fama de Lanfranco de Pavía, prior del monasterio. Para él fue un encuentro providencial y decisivo para el resto de su vida.
Bajo la guía de Lanfranco, san Anselmo retomó con vigor sus estudios y en poco tiempo se convirtió no sólo en el alumno predilecto, sino también en el confidente del maestro.
Su vocación monástica se volvió a despertar y, tras una atenta valoración, a la edad de 27 años entró en la Orden monástica y fue ordenado sacerdote. La vida ascética y el estudio le abrieron nuevos horizontes, haciéndole encontrar de nuevo, en un grado mucho más alto, la familiaridad con Dios que había tenido de niño.
Tres años después, Anselmo fue designado prior de Bec , cargo que ejerció hasta 1078, cuando fue designado abad.
En 1093 se le confió la sede arzobispal de Canterbury, primada de Inglaterra, como sucesor del Beato Lanfranco: parecía seguir las huellas de su maestro.
No obstante, la defensa de la libertad de la Iglesia frente a las pretensiones del rey Guillermo II de Inglaterra por el problema de las investiduras tubo fue desterrado, hasta que el nuevo rey Enrique II le permitió volver en 1100.
Pero tres años después tuvo que salir nuevamente exiliado por el mismo motivo.
El conflicto se resolvió en 1105 y una vez más regresó a Canterbury.
En 1108 acudió al concilio de Bari, que buscaba el retorno de los ortodoxos griegos al seno de la comunión de la Iglesia.
Murió el 21 de abril de 1109 tras una intensa actividad pastoral e intelectual.
Algunas de sus obras más importantes y conocidas son los tratados “Por qué Dios se hizo hombre”, “De la concepción virginal y del pecado original”, “Sobre la procesión del Espíritu Santo”…
Se le considera el padre de la Escolástica.
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ORACION POR LOS ENFERMOS https://t.co/ZhK7vuXJCp
— Santa Virgen María (@santavirgenSVM) March 2, 2017