El valor de la humildad
Cuántas veces el Señor recordándonos el valor de la humildad, nos habló de la puerta chica, de la mansedumbre, de la misericordia con el débil, con el que sufre?
La primera parte de todo aprendizaje es creer que necesitamos aprender.
Quien cree que no necesita aprender, es alguien que, valga la redundancia, no aprende, o aprende forzadamente, pesadamente, lentamente.
Cuánto podríamos aprender de los niños, como nuestro Señor nos dijo. Ellos desde muy pequeños, serán tan veloces en su aprendizaje, tanto cómo dóciles y atentos a los estímulos de enseñanza.
Es decir, mientras más crean que tienen que aprender, más atención pondrán en ello, y más cercanos estarán a buscar en alguien más, la ayuda o el modelo.
Esa imagen en la vida de fe, remite a la verdad fundamental, somos creaturas de Dios, a Él debemos todo, y sin Él no somos nada.
Lo coherente a esto es dar Gracias cada día al Padre, esperar sólo de Él, y dejarnos guiar por su palabra Revelada.
Esto puede ser fácil si somos asiduos a la Palabra de Dios, y cuidamos que cosas consumimos en nuestra mente.
Es importante una vida de oración, practicar la caridad con alegría y participar de la misa, leer la biblia y el catecismo, notas y artículos de fe, que nos recuerden la grandeza de nuestro Dios y todos sus dones.
Así, con su Gracia podremos mantener la humildad, aún en el mundo de hoy, que dolorosamente en tantos casos, sólo aspira al bienestar material, y confunde principios y virtudes morales nacidas en el mismo Amor de Dios, con simples valores vivenciales, como hacer un viaje o comer algo rico, cosas que compartidas y desde el amor pueden ser buenas, pero que en sí mismas son neutras, tanto, que pueden nacer del puro egoísmo.
En cambio la humildad que nos hace agradecidos, y que nos da la alegría de la vida por la vida en sí misma, no se deja confundir por los falsos espejitos del colores, sabe que el Amor del Señor es un bien que no tiene igual, y que nada que podamos poseer, o vivir puede valer la pena el cambio.
En esa certeza, ayuda el trabajar día a día con una simple jaculatoria, en cada momento en que nos sentimos ofendidos, o ofuscados, y pedirle al Señor: «Jesús mío, dame un corazón manso y humilde como el tuyo».
Y pedir todas las noches al Señor, la Gracia que recibió Juan el bautista de entender el valor de la humildad, de tal manera que nos lleve a decir:
«Nadie puede atribuirse nada que no haya recibido del cielo.» (Ev. s/ San Juan 3: 27).-
«Es necesario que Él crezca y que yo disminuya». (Ev. s/ San Juan 3: 30 )