Quién crea que puede vivir sin Dios, verá todo relativo, pensará que todo termina acá en este mundo, que nada es sagrado.
Esta manera de pensar pisotea los sacramentos.
Quién no se abra preguntado alguna vez, o habrá escuchado a otros preguntarse cosas que nuestros abuelos ni se imaginarían cuestionarse, como:
«Para qué comulgar?
Para qué casarse por la Iglesia?
Para qué vivir la fidelidad en el matrimonio, en el sacerdocio, en el trabajo, en los negocios, en la vida civil?
Para qué serle fiel a Dios?
Para qué imitar a Cristo?»
De que sirve llamar el sacerdote para los enfermos?
Los que no estamos de acuerdo con esto, porque creemos en Dios y en su revelación (La Biblia y la tradición de la Iglesia), vemos que detrás del ataque a los sacramentos hay un ataque a Dios.
Porque los sacramentos, son en sí mismos voluntad de Dios hacia el hombre, y la manera de salvarnos. Detrás de los sacramentos hay algo más grande que ellos mismos, que es un Dios vivo y resucitado.
Así el sacramento del matrimonio, es en sí mismo un camino de santidad, que vivido en plenitud, implica una renuncia al egoísmo por amor a la vida.
El ataque al dogma de la indisolubilidad, es solo la conclusión de un proceso de corrosión, que fue carcomiendo lentamente nuestras sociedades hasta llegar a la misma Iglesia.
En gran medida esto empezó con la introducción de la televisión en casa, sacerdote oscuro que invitó desde sus comienzos a consagrarse al éxito mundano y al sutil hedonismo.
La idolatría consumista, que vino de la mano, potenció tentaciones que siempre existieron ,de manera exponencial. Idolatría que en los últimos tiempos fue fuertemente amplificada por el Internet, en una forma nueva y avasallante para las familias.
No sólo por lo que se llamó el destape, ni a aquél cine o aquella televisión que en sus comienzos era objeto de censura, sino a lo que día a día se veía en la mesa familiar como «contenido sano», que si lo era, venía matizado por cortes comerciales que invitaban a un modelo de hombre y mujer muy alejado del Amor Cristiano.
Muchos hemos sido ciegos frente al potencial daño. Otros sobrestimaron su capacidad de filtrar la información que consumían, o peor, que permitían que consumieran sus hijos no formados aún.
Y muchos se dejaron llevar por la etiqueta de inofensivo, que escondía atrás de historias aparentemente neutras, una carga venenosa de ideología, aún en programación dirigida a los niños, o especialmente en ella.
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La difusión masiva de los nuevos medios, coincidió con la legitimación masiva del culto al egoísmo, y en este panorama, gran parte del cuerpo de la Iglesia, vio afectada su manera de vivir los sacramentos, especialmente en las nuevas generaciones que crecían alimentados espiritualmente de esta manera.
Los sacramentos, que son un gran refuerzo en la vida de fe, y el centro del camino de santidad, dejaron de tener importancia para las otrora sociedades católicas, y se fueron abandonando o se fueron relativizando.
Y ello como consecuencia necesaria de la nueva antropología, por qué los sacramentos exigen para ser vividos en plenitud, una adhesión de imitación a Cristo, que a su vez pide una renuncia a los estándares de felicidad del mundo, o al menos una renuncia a poner estos por encima de la salvación del alma en el camino de santidad.
Esta «Matrix», no sólo actúa por adhesión a su mensaje visible, sino especialmente a nivel subliminal, como la gota de agua.
Los sacramentos, bien vividos, portan un mensaje opuesto a ella, un mensaje capaz de salvarnos de nuestros pecados y de nuestras pequeñeces, hoy agigantadas por los medios mal usados, en malas manos.
Ser conscientes del veneno, es el primer antídoto, y cuando esta conciencia llega a cada uno de nosotros, la debemos ver como una gran Gracia de liberación.
Tengamos presente entre nuestras principales intenciones de oración, que nuestra Iglesia como cuerpo integrado en las sociedades modernas haga una toma de conciencia general al respecto, y a la vez que rezamos, trabajemos con la Gracia del Señor para ello.
— Santa Virgen María (@santavirgenSVM) May 23, 2017